l arte ha evolucionado en el tiempo. Tiene sentido: desde las cuevas de Altamira el hombre, como el buen vino, ha mejorado. En este caso, comenzamos por pinturas rupestres. Conforme van pasando los años, las cosas cambian y poco a poco van costando más tiempo. En muchos casos, aparecen reyes o faraones que desean pasar a la posteridad con un monumento que honre su nombre. También se puede crear el arte por sí mismo. Lo hacía Miguel Ángel Buonarroti, cuando comentaba que veía la estatua dentro del molde y simplemente dejaba que saliera. Bueno, tiene un dicho mejor: lo malo de tener objetivos es cumplirlos. El corolario, obvio y sencillo: debemos llenar el vacío que nos queda de alguna forma. No obstante, las grandes obras como las pirámides de Egipto o las catedrales tienen un propósito mayor, o bien de índole religiosa, o bien de índole sagrada (para que un fallecido ilustre tenga su "merecido descanso").

En general, la mayor parte de las personas comprende el valor de una obra de Velázquez o Goya. Incluso en algunos casos nos podemos llegar a sentir conmovidos. Sin embargo, hoy en día el concepto de arte no está tan claro. Para unos, el fútbol es arte. Para otros, son millonarios dando patadas a un balón. Y eso por no entrar en obras surrealistas, como el retrete de Marcel Duchamp. Cabe destacar el caso de una empleada de limpieza del Museo Bolzano de Milán, que tiró a la basura botellas de champán, confetis y otros desperdicios. Era una obra denominada ¿Dónde vamos a bailar esta noche?.

Anécdotas aparte, vamos a las catedrales. Los arquitectos que la ideaban y los trabajadores que las iniciaban ya sabían que no iban a ver su final. Pensaban en el largo plazo, no solo en sus hijos. Era para las generaciones futuras. Y eso, en un mundo como el de hoy, gobernado por el corto plazo y las elecciones más próximas, no se lleva.

Sin embargo, las cosas pueden estar cambiando. No en el sentido de las tonterías que se decían en medio del confinamiento (más que la palabra del año podríamos decir que ha sido, por desgracia, la actividad del año) como que "íbamos a salir mejores". Sí en el sentido de comprender el coste para la economía y la sociedad de no ser precavidos de cara a lo que pueda ocurrir en el futuro. Y eso nos debe empujar a tomar decisiones mejores.

El filósofo australiano Roman Krznaric explica en su libro El buen antepasado estas ideas. Podríamos concluir en una tesis fundamental: nuestra preocupación por ser buenos antepasados debe tener más peso en nuestras decisiones presentes. Por eso, el pensamiento catedral, consistente en valorar comportamientos cuyos frutos no se puedan detectar hasta pasados muchos años, quizás dos generaciones, es muy pertinente. Todo ello nos lleva a la siguiente pregunta: ¿seremos unos buenos antepasados?

Tiene lógica. ¿Acaso no está abierto el debate de que nuestros hijos pueden vivir peor que nuestros padres? Este concepto nos ayuda a ser más previsores de cara a lo que pueda ocurrir en el futuro, comenzando por el cambio climático. No obstante, hay más posibilidades de uso.

A nivel individual, un paso de un pensamiento catedral sería, además del consabido plan de pensiones, crear una cuenta de ahorro para un nieto recién nacido de manera que así pueda estudiar en un futuro en la universidad. Otro paso sería alimentarse mejor: los beneficios de dietas como la mediterránea son abrumadores.

En el ámbito empresarial las cosas son diferentes: al dinamismo económico y la evolución tecnológica se le debe añadir la complejidad del mundo financiero. Es el mundo de las OPA, fusiones, adquisiciones, intercambios de acciones o asociaciones tipo joint venture. Por eso la visión debe ser, sobre todo, personal y pública. Eso no quita para que una empresa no busque la manera de adelantarse al futuro y así poder adaptarse a los nuevos parámetros económicos y sociales, aunque hay algo mejor que eso: es más útil crear el futuro.

Llegamos al ámbito público. Comenzamos por una pregunta divertida: ¿cuáles de los dirigentes de hoy, nacionales o regionales, será recordado en el futuro por su buen hacer? Angela Merkel y Jacinda Ardern (Nueva Zelanda) seguro. El resto, no está tan claro. Pasamos a la segunda pregunta divertida: ¿qué dirigentes de ayer son recordados hoy por su gran labor política? Helmut Kohl en Alemania, seguro. Otros como Mijail Gorbachov en Rusia generan ambivalencia en su país de origen.

Primera moraleja: las claves de los avances sociales las crean los científicos, los empresarios y los pensadores. Es decir, las ideas. Sin ideas, no hay avance. Los políticos están sobrevalorados para bien e infravalorados para mal (pueden hundir países).

Segunda moraleja: pese a todo y más en un mundo global, es pertinente buscar mecanismos para adaptarse al futuro y para crearlo.

Tercera moraleja: toda catedral comienza por una piedra.

Economía de la Conducta, UNED de Tudela