l Día Internacional contra la Pobreza nos invita a visibilizar y a reflexionar sobre la situación de pobreza en el mundo y a repensar, en palabras de la Premio nobel de Economía 2019 Esther Duflo, el propio concepto de pobreza.

Hasta épocas reciente la pobreza extrema se relacionaba con un criterio monetario. La sufrían las personas que contaban para sobrevivir con menos de 1,90 dólares diarios. Sin embargo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Iniciativa sobre Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford (OPHI, por sus siglas en inglés) elaboran anualmente el Índice Global de Pobreza Multidimensional.

El Índice de Pobreza Multidimensional mira más allá y define la pobreza como un estado de carencias múltiples y simultáneas: imposibilidad de acceso a los servicios de salud, a un trabajo digno o la exposición a la violencia, ente otras.

En la edición de 2019, publicada recientemente, se recuerda que hay 1300 millones de personas en el mundo multidimensionalmente pobres y que este reparto no es uniforme. La pobreza tiene rostro de mujer (el 60% de las personas que pasan hambre en el mundo de forma crónica son mujeres y niñas. Constituyen dos terceras partes de los casi 800 millones de analfabetos poseen menos de un 20% de la tierra cultivable pese a producir la mayoría de alimentos que consume el mundo), de infancia y de África, sobre todo Subsahariana, donde el 63,5% de sus menores son pobres. En países como Burkina Faso, Chad, Etiopía, Níger y Sudán del Sur lo son un 90% de menos de 10 años que viven en zonas rurales.

Pero como también nos recuerdan los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y la Agenda 2030 derivada de ellos, no existe ningún país correctamente desarrollado, no hay sociedad libre de bolsas de pobreza multidimensional, tampoco la nuestra. De hecho, según el informe 'Cayendo por las grietas: exponiendo las desigualdades en Europa y más allá', elaborado por SDG Watch Europe, España es el cuarto país con más desigualdad de Europa.

La desigualdad hace que las personas pobres y marginadas tengan menos oportunidades de salir de la pobreza. Así es imposible abordar el ODS 1, "Fin de la pobreza" sin lograr reducir las desigualdades que se plantean en el ODS 10. Sin igualdad no hay futuro.

De acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, entre 40 millones y 60 millones de personas caerán en la pobreza extrema (vivir con menos de USD 1,90 al día) en 2020, en comparación con cifras de 2019, como resultado de la COVID-19. Y si algo debiéramos haber aprendido de la covid, es que hay problemas que no podemos resolver en solitario. Los problemas relacionados

con la pobreza, el medio ambiente, la igualdad requieren una mirada cercana y también global. Debiéramos ya saber que no podemos poner muros y fronteras al virus y tampoco al calentamiento global o a la pobreza. La salida será conjunta o no será.

Trabajar por el fin de la desigualdad, la pobreza o el respeto al medio ambiente, requiere de soluciones globales y de trabajo local. Requiere repensar, también, el propio concepto de desarrollo. El desarrollo no es sólo un concepto económico. De hecho, vemos cómo países considerados desarrollados presentan una desigualdad cada vez más grande entre su propia ciudadanía: los ricos son cada vez más ricos y la pobreza alcanza a personas, incluso con trabajo. La desigualdad no solo es un problema de pobres, sino también de ricos. La concentración de ingresos y patrimonio contribuye a aumentar la brecha entre unos y otros.

Sin embargo, existen países que, pese a no tener un crecimiento económico reseñable, han logrado reducir las desigualdades y las bolsas de pobreza. Hay que empezar a repensar el concepto de desarrollo como la redistribución de la riqueza, la lucha contra la evasión de impuestos, contra los paraísos fiscales, contra la discriminación laboral, el acceso igualitario a la protección de un estado del bienestar o el respeto al medio ambiente.

El día 17 de octubre nos plantea la posibilidad de poner estos temas sobre la mesa, que no es poco.Director foral de Cooperación Internacional