l covid nos ha sorprendido a todos y también a los creyentes en el culto. Las autoridades civiles, siguiendo las recomendaciones de los especialistas, establecen normativas de obligado cumplimiento. También en los templos: aforo, distancia, mascarilla, geles, limpieza€ Y los creyentes cumplimos en una cuestión eminentemente sanitaria. Durante estos meses como sacerdote he intentado cumplir con las normativas establecidas convencido de su necesidad. Durante este tiempo las celebraciones, sin perder su dignidad, han sido más sencillas: menos gente en el altar, menos cantos (en recintos cerrados mal ventilados no es recomendable aún con la mascarilla), más sencillez, más brevedad, más cuidado en el momento de la comunión€. Y no pasa nada.

A veces me he sorprendido al ver demasiada gente sin mascarilla en altar. Es verdad que esa postura se ha ido corrigiendo con el paso de los meses y se ha generalizado la utilización de la mascarilla. Me ha llamado la atención como "un acto de cariño hacia el prójimo" no ha sido tomado en serio a veces en el culto. Celebraciones excesivamente pontificales en este tiempo de covid me han resultado chocantes. Me pregunto si tanto monaguillo y concelebrante es prudente y pedagógico. Los sacerdotes, y más si esas celebraciones son retransmitidas, han de ser ejemplarizantes en este tiempo. Un culto digno, con menos parafernalia, puede ayudar también a tomar conciencia de la situación, dando ejemplo. Puede ser también un kairos para centrarnos en lo fundamental, prescindiendo temporalmente incluso de aspectos secundarios en la celebración, que forman parte de nuestras tradiciones y que esperemos volverán a formar parte de las mismas.

En algunos momentos he percibido un no tomar en serio la situación, un rozar la frontera del incumplimiento de normas, un querer hacerlo todo como siempre, un descuido en lo referente a la seriedad de la problemática€ Y en el fondo esos descuidos son un descuido hacia el prójimo y en el fondo a Dios mismo presente en el sacramento, que no desea esos descuidos hacia el prójimo. Son detalles pequeños: uso de mascarilla, limpieza, cuidado en la plegaria con los copones € No hay en ellos ninguna ofensa objetiva al sacramento. Más ofensa es poner en riesgo al prójimo por no cumplir unas sencillas normas y seguir haciendo lo de siempre como siempre, como si fuéramos de otro mundo.

En el seno de la Iglesia hay gente que considera a los que hemos cumplido en este sentido "exagerados". Curiosamente durante este tiempo ha habido algunos pocos que se han animado a decírmelo: exagerado. Me resultó curioso cuando me lo indicó un clérigo confinado. Con humor le contesté: así os va. Otro muchos me han manifestado su conformidad. Cuando una farmacéutica me agradeció mi actuar indicándome que se sentía segura me alegré.

Llevar la mascarilla no es una exageración. No lo es. Es un acto de prudencia hacia la gente mayor que nos rodea. Cualquiera de nosotros podemos infectarnos. Como sacerdote me tranquiliza que , si llegado el caso, un rastreador me preguntara con cuantos he estado sin mascarilla la respuesta sea: "con ninguno". No me gustaría que mis laicos tuvieran que hacerse la PCR porque les saludé en la puerta de la Iglesia estando infectado (sin saberlo claro), ni que los concelebrantes tuvieran que ser avisados porque no llevaba mascarilla, ni tampoco decirles que no llevo mascarilla al dar la comunión porque no hablo (no nos han dicho que vayamos por la calle en silencio sino con mascarilla). Me disgustaría contagiar a religiosas mayores por imprudencia. No me gustaría que los abuelos de algún joven pagaran mi imprudencia de estar sin mascarilla. Tampoco quisiera apurar plazos de confinamiento porque hay una gran celebración que requiere de mi importantísima presencia. No soy tan importante. Prefiero andar con cuidado con los copones en el momento de la consagración. Pues sí, soy un exagerado. Tampoco quiero que ninguna mujer mayor de un equipo de limpieza se contagie por limpiar. Eso no pasará.

Es factible con el estricto cumplimiento de normas gestar un entorno seguro para la vida sacramental necesaria para la vida creyente. No se trata de una confabulación de no se sabe quién contra la Iglesia. Me ha sorprendido de hecho la "generosidad" con la que el Estado ha legislado de hecho las aglomeraciones de índole religiosa. No tenemos motivo alguno para sentirnos discriminados. Me ha sorprendido. Incluso en algún momento yo mismo no tenía tan claro esta normatividad "laxa". Los pocos contagios acontecidos en templo parece señalar que el legislador estaba en lo correcto. No hay ninguna campaña contra nosotros. Simplemente es una pandemia que exige una prudencia en todos los ámbitos incluidos los eclesiales. Y no pasa nada. No somos fundamentalistas que queramos hacer lo de siempre como siempre. Hacemos lo de siempre con prudencia. Y esa prudencia ni es miedo ni es irrespetuoso hacia Dios; es fundamentalmente acto de cariño hacia el conjunto de los fieles y sus derechos a la seguridad sanitaria. En algún momento puede suponer alguna pequeña alteración que gustosamente la aceptamos sin hacer problema. En mi comunidad así ha acontecido casi sin decirlo y me alegro por la comunidad.

Finalmente no quisiera acabar si realizar una pequeña reflexión quizás sobre lo más importante. Si participamos en el sacramento es porque lo necesitamos y nos ayuda a vivir en conformidad a lo escuchado y a lo recibido. Es decir, eucarísticamente. Un agradecimiento grande a tantos y tantos, creyente y no creyentes, que durante estos meses están haciendo de su vida ofrenda, eucaristía de su vida hacia los demás, con la mascarilla puesta, en los hospitales, en las escuelas y en todos los ámbitos de la vida social. Ojalá para los creyentes la participación prudente en la eucaristía nos empuje a la entrega prudente en la vida diaria en este tiempo covid. Eso será más difícil que ponerse un sencilla mascarilla.

Copárroco de Astigarraga, Hernani y Urnieta