esde que en 1985 la ONU estableciera para ello el primer lunes de octubre, tal día como hoy celebramos el Día Mundial de Hábitat y el Día Mundial de la Arquitectura. Dos celebraciones vinculadas en espíritu entre sí, en tanto que el hábitat -el espacio habitado- no puede entenderse sin la valiosa aportación de la arquitectura.

Es por esto que para el Departamento foral de Movilidad y Ordenación del Territorio, desde donde trabajamos con el horizonte de la conexión y sostenibilidad para nuestros espacios habitados, esta es una celebración importante. Es sobre el espacio habitado donde intervenimos con nuestras políticas de movilidad sostenible y, de manera especial, es sobre el espacio urbano donde intervenimos para construir un territorio equilibrado y sostenible para todas y todos.

La ciudad es, como sabemos, una construcción humana. Somos sus artífices. Las ciudades son el resultado de la interacción de las personas sumada a la acción técnica y planificada sobre ellas. Esta acción técnica incide sobre la ordenación del espacio físico, su adecuación al entorno, cuando no en su transformación para satisfacer nuestras necesidades. También abarca la construcción de equipamientos, viviendas, sistemas de comunicación, parques, calles, paseos, etc. Pero, como decía, sin personas, sin la interacción de los hombres y mujeres que construimos la sociedad, no habría ciudades. Y esta mágica simbiosis entre técnica y sociología es precisamente la que genera la complejidad de los lugares en los que vivimos.

Podríamos definir las ciudades como ese espacio físico donde la sociedad desarrolla sus capacidades, donde la humanidad puede llevar a cabo su "ser social". En este marco, resultan particularmente interesantes preguntas éticas sobre las ciudades de nuestros días como la que formula Richard Sennet en su última obra Construir y habitar. Ética para las ciudades: ¿Debe el urbanismo representar a la sociedad tal como es o debe tratar de cambiarla?

Mi respuesta es sencilla: debemos tratar de cambiarla para mejorarla. Como responsable institucional, y de manera especial fruto de los valores sobre los que sustenta mi credo político, la acción pública debe estar necesariamente encaminada a transformar la sociedad, y su objetivo debe perseguir que esta sea más justa, más segura, más igualitaria, más inclusiva y más libre. También desde la acción en la ordenación del territorio, la arquitectura y la movilidad.

Estos tiempos de pandemia están dejando en evidencia la importancia de que las ciudades estén pensadas para vivir, para ser lugar de encuentro y lugar esencial para la salud y el disfrute. Y estamos viendo también que la configuración del espacio y de la ciudad tiene sus consecuencias en la vida de las personas, y especialmente en las de aquellas con menos recursos.

En un Curso de Verano sobre urbanismo inclusivo que organizamos recientemente desde el Departamento, el profesor José María Ezquiaga nos explicaba que, en Madrid, allí donde el crecimiento urbano desbocado de la segunda mitad del siglo XX no contó con una planificación adecuada, sino que respondió a un "cierto hacer de manera libre", la incidencia de la pandemia está siendo mayor. Lo vemos cada día en las noticias.

Por el contrario, allí donde se actúa de manera ordenada, equilibrada y sostenible se consiguen espacios habitables mejores, saludables, con ventilación, con zonas verdes y parques para respirar, con unos transportes públicos que favorecen una ocupación y utilización del espacio más eficiente. Y unos espacios que permiten la interacción social y cultural necesaria en estas ciudades complejas en las que vivimos. Y, por supuesto, una ciudad más igualitaria para las mujeres que -está demostrado- hacemos un uso del espacio y de la movilidad diferente al de los hombres. Porque somos nosotras quienes seguimos haciendo mayoritariamente frente a los cuidados de nuestros mayores, hijas e hijos, y esta variable, sumada al trabajo fuera de casa, influye en las características de nuestros desplazamientos.

La arquitectura, por su parte, juega un importante papel en todo este proceso. No solo ordenando el espacio, sino dignificándolo con sus construcciones. Tiene el poder de convertir en arte lo cotidiano, lo necesario para vivir, para cobijarse. No trabaja sobre el espíritu, como otras artes, y es misión de arquitectas y arquitectos dignificar la ciudad y que sus construcciones se conviertan en hitos que nos orgullezcan. Me estoy refiriendo a obras que busquen la singularidad, la conexión con el entorno y con la sociedad, de tal forma que con el paso del tiempo ciudadanas y ciudadanos se sientan identificados y orgullosos de su ciudad.

Nuestra acción política tiene hoja de ruta, los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. En concreto el ODS 11 Ciudades y comunidades sostenibles. Desde el departamento que dirijo somos responsables del extenso y valioso patrimonio inmobiliario de la Diputación. Nuestra acción va encaminada a que nuestros edificios continúen siendo espacios de encuentro y muestras de orgullo guipuzcoano, y nuestro compromiso está ligado a la sostenibilidad de los edificios y la reducción de la huella de carbono, tanto en los de nueva construcción como en los ya existentes.

Trabajamos, en suma, por un hábitat y una sociedad que nos permita construir una Gipuzkoa conectada y sostenible desde las políticas de movilidad, para construir también un territorio equilibrado, a partir de una agenda urbana propia que siga la estela de la Agenda Urbana Europea y la Agenda Urbana Vasca. Porque trabajamos para hacer de Gipuzkoa un lugar en el mundo que destaque por sus entornos urbanos regenerados, sostenibles, inclusivos, seguros e igualitarios. Porque soñamos con una Gipuzkoa pensada para todas y todos, y porque soñamos con una Gipuzkoa para vivir.