ste pasado jueves, Osakidetza realizó 9.421 test, de ellos, 5.001 PCRs, de los que 38 dieron positivo. Se ha hablado mucho de que el bajo número de infectados y fallecidos en Alemania se debía a la realización masiva de test. Mientras tanto, aquí, en Euskadi, se ha venido haciendo mucho ruido sobre la capacidad de Osakidetza para realizar suficientes test. Pues bien, según el Our World in Data, el pasado día 10 de mayo en Alemania se habían realizado 32,9 PCRs por 1.000 habitantes. Para entonces, en Euskadi ya se habían hecho 60 por cada 1.000 vascos. Así que, una vez más parece cumplirse el viejo dicho de “urrutiko intxaurrak hamalau, gerturatu eta lau”.

He querido apuntar este dato como ejemplo de que en Euskadi, además de sufrir la pandemia, sufrimos una especie de enfermedad política autoinmune que nos lleva a una constante situación de estruendo, de confrontación político-sindical, de polémica crónica. Todo ese ruido incesante tiene una finalidad política evidente y, al mismo tiempo, un patente efecto secundario: para desgastar a quien gobierna se azuza la desconfianza hacia nuestros sistemas públicos de salud, de educación, de asistencia social y hacia las políticas públicas vascas en general. Entre nosotros hay verdaderos especialistas en echar piedras contra el propio tejado, aunque a veces intentan disimularlo con alegatos a favor de la colaboración y apelaciones a la buena voluntad.

¿Cómo es posible que en las redes sociales se estén replicando continuamente mensajes negativos, cuando no demoledores, contra los sistemas de protección sanitaria y social que con tanto esfuerzo hemos ido construyendo entre todos? ¿Qué lleva a tanta gente a replicar -no sé si a creer- los titulares amarillistas de cualquier medio de comunicación español, o los mensajes de cualquier entorno político extremista, sea vasco o español, que solo busca la desestabilización social? Debiéramos tener mucha más autoestima de la que demostramos y saber apreciar en lo que vale, que es mucho, uno de los mejores sistemas socio-sanitarios públicos del mundo -perfecto, no; pero de los mejores, sí-. No estaría de más que nos enfrentáramos a tanta negatividad, a tanto listo de mal agüero y, sobre todo, a tanto buitre político.

Hemos alcanzado la famosa “fase 1” de desescalada. Evidentemente, la C.A. de Euskadi ha pasado a la fase 1 porque se han cumplido todos los parámetros epidemiológicos requeridos, no solo para los tres territorios forales en su conjunto, sino para cada uno de ellos y, del mismo modo, porque se han garantizado los recursos sanitarios necesarios y suficientes -camas UCI, capacidad hospitalaria, capacidad de realización de test, servicios de atención primaria, etc.- para poder gestionar futuros posibles repuntes que esperemos no ocurran. Pero, visto lo que hemos visto durante esta semana, da la impresión de que a algunos no les ha gustado el que Araba, Bizkaia y Gipuzkoa hayan podido avanzar a una fase mejor. En buena lógica, todos debiéramos alegrarnos de ir a mejor en todos los territorios de Euskadi o Euskal Herria, como se prefiera, pero no ha sido así: algunos han hecho campaña activa contra la fase 1 del Gobierno Vasco, mientras en el procedimiento del Gobierno de Nafarroa se han limitado a mencionar “la falta de datos”. Parece que, en la Comunidad Autónoma -no así en la Foral- hay muchos que se aferran al “cuanto peor, mejor”, incluso en una situación tan dramática como esta. Hemos escuchado declaraciones y expresiones a determinados portavoces oficiales que, a renglón seguido, han sido reelaboradas -de aquella manera- por los siempre dispuestos y motivados “replicantes”, tanto en las redes sociales como en las fachadas de los batzokis. Pudimos escuchar a Maddalen Iriarte, de EH Bildu, decir que si Euskadi ha pasado a la fase 1 es porque ha habido “un acuerdo” entre el PNV y el Gobierno de Pedro Sánchez y que “las prisas no san buenas consejeras”. También Miren Gorrotxategi se apresuró a afirmar, que ha habido “un arreglo” y que “la región” -es importante fijarnos en esta palabra porque deja en evidencia la visión territorial centralista de Podemos- “no está en condiciones”. Por supuesto, Iturgaiz, del PP, aportó la tercera voz.

Los del “cuanto peor, mejor” son muy tenaces en su estrategia aunque siempre les haya resultado fallida. Profetas de calamidades contumaces y siempre cargados de negatividad. De modo que nos obligan a vivir instalados en “el ruido” continuo: en la crítica y en la polémica, cuando no directamente en la descalificación. En realidad, están en campaña -al estilo más “hispano”, por cierto- y solo buscan desgastar al PNV y si para eso tienen que desprestigiar los informes técnicos de Osakidetza, no tienen mayor problema. Durante estos días, por cierto, han rizado el rizo de la negatividad al criticar el decreto del Gobierno Vasco tanto por ser demasiado permisivo como por ser demasiado restrictivo, todo al mismo tiempo. Critican el haber pasado a la fase 1 al mismo tiempo que critican el que se haya restringido más la movilidad en el decreto vasco que en el español, y cierran el círculo interpretando que dicha restricción “demuestra” que no se cumplían las condiciones. Sin embargo, se han opuesto a la decisión de activar la vuelta a clase de los alumnos de Bachiller y FP antes que el resto del Estado sin que esta medida les haya valido para demostrar lo contrario, es decir, el cumplimiento de las condiciones de la fase 1. Es más, vistas determinadas reacciones, ahora que el Gobierno Sánchez ha faltado a su palabra imponiendo, a decreto de mando único, el comienzo de las clases “cuando lo diga la ministra Celaá”, es posible que más de uno que va de lo contrario se sienta muy cómodo sin salirse de la raya del esquema español.

Por otra parte, los sindicatos siguen a lo suyo, oponiéndose a todo. Inmersos en el discurso del “noísmo” y del inmovilismo. Unos sindicatos que debieran estar en “modo autocrítica” tras haberse comprobado la falacia de sus argumentos de hace un mes para el “planto” a las actividades no esenciales, porque a las UCIs vascas no han llegado los cientos de obreros que hubieran sido de esperar a tenor de los discursos que hicieron ELA y LAB. Pero lejos de la autocrítica, se dedican a manifestarse en Lakua contra la vuelta de los funcionarios a sus puestos de trabajo. O a gritar al lehendakari en los pasillos del hospital de Cruces. El “noísmo”, el negarse por sistema a cualquier avance en la normalización de la vida social, también en el ámbito socio-laboral y económico, en lugar de promover una visión comunitaria, basada en la solidaridad y en la asunción de las responsabilidades que corresponde a cada uno como parte de un todo que es el pueblo, lo único que hace es alimentar la inercia del inmovilismo y la pereza: “no” a trabajar, “no” a ir a clase, “no” a las elecciones para constituir un nuevo Parlamento.

Es decir: no a todo. ¿Hasta cuándo? Es evidente que existe el peligro de un repunte -como ha ocurrido en Alemania, por cierto- y que, por lo tanto, debemos actuar con sensatez, con prudencia y con garantías. Pero sensatez y prudencia no son sinónimos de “noísmo” e inmovilismo. Hace meses ya que no tenemos Parlamento en Euskadi, por lo que resulta frívolo considerar “inadecuada” la convocatoria, lo antes que sea posible con todas las garantías, de unas elecciones democráticas imprescindibles para conformar un nuevo Parlamento, el que sea, el que elija el pueblo, y poder así activar un nuevo gobierno para hacer frente a la crisis social y económica. No son la sensatez o la prudencia las que llevan a EH Bildu a no querer que haya elecciones al Parlamento Vasco en julio. Por desgracia, la suya es la estrategia del “noísmo” que busca alargar en el tiempo las oportunidades de hostigar al PNV. Haciendo ruido, mucho ruido para ocultar su falta de una política en positivo, que esté a la altura de este reto y a la de nuestro pueblo.