on la pandemia del COVID-19 han aflorado algunas deficiencias del modelo de cuidados sociosanitario, en especial en el ámbito de las residencias de la tercera edad, donde se viene dando un elevado número de personas fallecidas.

En la publicación Prioridades Estratégicas de atención sociosanitaria Euskadi 2017- 2020 (2018), del Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, se precisan dos sistemas y un objetivo: las personas. Según se indica, dicho objetivo, "constituye una hoja de ruta cuyo horizonte va más allá de los proyectos que lo sustentan; es la construcción de un bien común que tiene como ejes la salud y los servicios sociales para el desarrollo del proyecto personal de vida para cada una de las personas".

Si partimos de dicha filosofía y refiriéndonos a las residencias, la persona residente debería tener cubiertas las necesidades físicas, de salud, emocionales y sociales. Sobre todo me quiero centrar en las necesidades emocionales por el impacto que han tenido las mismas en la pandemia del COVID-19.

El ingreso de una persona mayor en una residencia suele ser por lo general muy complejo, con efectos mayoritariamente negativos, no sOlo para la persona que ingresa, sino incluso para toda la familia que vive la institucionalización con culpa y sentimiento de abandono. La persona que ingresa sufre diferentes pérdidas (deja la casa que le ofrece seguridad, se aleja de su entorno más cercano, de su familia, de sus vecinos), y todo ello le genera estrés y diferente sintomatología (desconcierto, ansiedad, inestabilidad emocional, sentimientos depresivos). Asimismo, durante su permanencia, necesita tener cubiertas sus necesidades emocionales: respeto, aceptación, seguridad y protección, sentimiento de pertenencia, participación en la toma de decisiones personales y colectivas, reconocimiento y comunicación, lo que hace necesaria una atención individualizada.

Un factor muy importante para responder a las necesidades definidas en líneas anteriores, es la resiliencia, referida a las-os profesionales y a las personas residentes, para poder responder a los retos personales y colectivos, especialmente en situaciones adversas como en la pandemia del COVID-19.

La resiliencia, como concepto, es un término que proviene de la física y se refiere a la capacidad de un material para recobrar su forma después de haber estado sometido a altas presiones. Para Domínguez (2005), la resiliencia es el proceso de adaptarse bien ante situaciones adversas o ante fuentes significativas como el estrés.

Las investigaciones confirman que tras acontecimientos traumáticos de toda índole hay personas que no sOlo se mantienen suficientemente equilibradas sino que, además, desarrollan características y conductas inusitadas que les permiten rehacerse y crecer desde la adversidad. Esta es por lo tanto la atractiva propuesta de la resiliencia: constatar que los seres humanos pueden enfrentarse a su sufrimiento y esquivar un destino incierto y ser los protagonistas para crear condiciones de mejora y bienestar. Los mecanismos resilientes se constituyen en factores protectores ante la adversidad. Algunos de ellos tienen relación con la autoestima, identidad positiva y vital sobre sí mismo, optimismo, y estrategias de afrontamiento. Para la mayoría de los autores, la resiliencia se fomenta en la constante interacción del sujeto con el ambiente.

En el caso de las personas residentes, para que desarrollen la resiliencia, es fundamental que se parta de sus fortalezas, poniéndolas en valor, que experimenten el placer de la adquisición de nuevas destrezas y competencias personales, y para ello es vital y prioritario el vínculo afectivo que se cree entre la o el profesional y la o el residente

Para que la profesional se convierta en tutora de resiliencia, referente significativo para el residente, debe primar una filosofía compartida de todas las profesionales de la institución residencial, con respecto a los objetivos, funciones, dedicación, etc. Es importante resaltar la importancia de las características personales (capacidad de escucha, empatía, comprensión emocional) para promover la resiliencia en el otro, así como la satisfacción en el trabajo (condiciones laborales dignas, buen sueldo, reconocimiento profesional, buena comunicación, y buen ambiente laboral, formación).

Son muchos los ejemplos de resiliencia visibles en este período de pandemia. El personal sanitario, ante una situación tan extrema, como colectivo, ha mostrado fortaleza, cohesión, y especialmente humanidad, ofreciendo acompañamiento y afecto, elementos tan importantes, fundamentalmente en momentos de soledad y en el proceso de fallecimiento. También los profesionales del ámbito de la dependencia son otro ejemplo más de resiliencia, ofreciendo soluciones en algunos casos como convivir con los residentes para preservar la vida de Estos y en otros facilitando las despedidas de familiares y de personas amigas a través de videollamadas y teléfono.

Hay algunos elementos emocionales que han sido obviados en esta situación de pandemia y que reflejan el modelo biomédico dominante. En el caso del COVID-19 se entiende por la urgencia de parar la transmisión del virus, y también sabemos que es difícil armonizar aspectos epidemiológicos con aspectos de carácter humanitario -emocional-, pero es imprescindible tener estos últimos presentes, para promover prácticas donde esté presente el componente humano y tener en modo activo los derechos de las personas. A modo de ejemplo, los fallecimientos sin acompañamiento.

Trabajadora Social, actualmente jubilada, y miembro del Movimiento de Pensionistas de Gipuzkoa