urante la Convención de Viena de 1992 en la que se revisaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hubo una serie de países musulmanes, confucionistas, hinduistas y budistas que hicieron un frente común manifestando que esos derechos son exclusivamente occidentales, y que olvidan otras grandes tradiciones que priorizan la comunidad sobre el individuo. Si llega a estar allí presente el gran humanista Graham Greene les habría respondido que no se puede amar a la humanidad en bruto; que solo se puede amar a personas concretas. Pero lo cierto es que si no hay consenso ni en los derechos más elementales, qué no decir cuando se trata de las personas más frágiles de cada sociedad.

Nadie como aquél "loco" llamado Jesús de Nazaret se enfrentó a la sociedad teocrática de su tiempo al ponerse descaradamente de parte de los rechazados y excluidos, devolviéndoles la autoestima y su dignidad hasta recolocarlos de nuevo en igualdad de condiciones con el resto de la sociedad que les había excluido. Una preocupación por el débil que aparece regulada ya antes, en Mesopotamia, con indicaciones para "proteger al débil del prepotente". Lo cierto es que las sociedades y sistemas demasiado perfectos y uniformes se vuelven enseguida muy rígidos -como les ocurre a los materiales sin propiedades de resiliencia- hasta convertirse en algo endogámico, sin evolución posible, que solo pueden transformarse a base de revoluciones.

Sin embargo, aunque parezca increíble, los errores y las debilidades constituyen la materia de la Evolución. El científico Xavier Le Pichon nos recuerda que, en todo sistema que evoluciona, las partes débiles e imperfectas suelen ser las que permiten más fácilmente una evolución progresiva. Una sociedad que separa a los elementos productivos de todos los demás por considerarlos pesos muertos o incluso marginales o excluidos, es una sociedad dura y rígida que se caracteriza por el rechazo. Para Darwin, la variación individual en el seno de las especies o poblaciones no es trivial. Al contrario, es la materia prima de la evolución a partir de la cual se crea toda la diversidad biológica. La variación es la única realidad de las especies. Son las diferencias existentes entre los organismos de una especie las que, al magnificarse en el espacio y en el tiempo, producen nuevas especies, y por extensión, toda la diversidad biológica.

Volviendo a los seres humanos, los más desfavorecidos pueden ser un factor de verdadero progreso y desarrollo cuando incorporamos el factor de la solidaridad. Existe una estrecha y recíproca relación entre la reducción de la pobreza y el desarrollo de la Carta de Derechos Humanos todavía en vigor, pues nuestro desarrollo principal consiste en la realización de dichos derechos básicos, lo que implica reducir la pobreza en todas sus manifestaciones. Centrarnos en los más necesitados se convierte, paragógicamente, en el motor del verdadero desarrollo de la humanidad. Lo contrario constituye una brutal y violenta negación de la dignidad básica que nos hace duros de corazón. Estamos hablando de realidades como los 25.000 muertos diarios por hambre y pobreza, de los cuales diez mil son niños; el dato es de la FAO. El problema no es de escasez sino de mala distribución, del casi nulo acceso a lo esencial desde los estratos más pobres.

La desigualdad y la brecha entre ricos y pobres es mundial, ya que existe también en el interior de cada país, incluidos los más ricos e industrializados. Esto no es verdadero desarrollo. En Estados Unidos, pasan hambre unos 30 millones de personas, junto a otros muchos millones que sobreviven por debajo del umbral de pobreza. En el conjunto de los países más industrializados se calcula que más de 100 millones de personas viven por debajo de dicho umbral, destacando que la mayor parte de quienes viven en condiciones de pobreza extrema son mujeres. Qué no decir ante los millones de personas confinadas en campos de refugiados en Turquía, la reacción deshumanizada de Grecia -Unión Europea- o la presión creciente de miles y miles de africanos aferrados al Mediterráneo como la Tierra Prometida.

La fragilidad de las personas nos humaniza cuando activamos la solidaridad; propicia que caminemos hacia la mejor evolución como especie humana. Construir una falsa aldea global con desigualdades cada vez más lacerantes es la negación del desarrollo de los derechos humanos básicos, económicos, sociales y culturales. Si no hay evolución, la rigidez como especie provocará la enésima revolución de los colectivos sociales subdesarrollados o que están inmersos en el subdesarrollo del desarrollo. Se trata de elegir bien y podemos hacerlo.