e las múltiples aplicaciones existentes para flirtear, una de las más usadas es Tinder. Consiste en conectarse al teléfono y conocer personas del otro sexo que estén interesadas en buscar una relación. Por supuesto, la palabra relación tiene muchas posibilidades (no sé si la nueva ley de libertad sexual las dejará claras o no; sólo se le pide una condición: que sea clara). En todo caso, la aplicación permite ver fotos de personas que están cerca de un determinado arco geográfico. Si alguien nos parece atractivo se indica en el programa. Si tenemos la suerte de que le parecemos atractivos a la otra persona, aparece un flechazo para los dos interesados. Bingo. A partir de ahí, se indican los contactos de cada uno y ya se puede establecer una cita.

Por razones culturales y genéticas, la proporción de hombres que busca una relación esporádica es mayor que la de mujeres. Sí: hay chicos que buscan relaciones de pareja estables y chicas que desean alguna aventurilla, pero los números, números son. La cuestión clave es la siguiente: la persona que mejor flirtea no tiene porqué ser la mejor pareja. Así, desde el enfoque de la Economía de la Conducta se denomina efecto Tinder a las señales que se envían en mercados con información asimétrica para lograr un objetivo (tener una cita, detentar el poder) diferente a lo que se establece a priori (relación de amor, velar por la comunidad).

Hasta ahora, había dos mercados en los que se daba este efecto: el amor y la política. Saber engatusar muy bien a una chica (ese es el sentido más habitual; por supuesto, la frase sirve también en sentido contrario) no implica ser un príncipe azul. En este sentido, llama la atención la historia de Shimon Hayut, un israelí que logró más de un millón de euros después de seducir y conquistar al menos a diez chicas. No es el único caso; hace tiempo se comentó el caso de otro chico que había logrado citas con más de cien mujeres. Por otro lado, en la política los casos Tinder abundan. Ser un buen candidato a una presidencia no asegura la mejor gestión. Es más; ni siquiera asegura ganar las elecciones. Por desgracia, es lo que hay. ¿Se pueden mejorar los incentivos y las reglas para poder estar más tranquilos? Depende. En el mercado del amor, la clave es estar atentos a los pequeños detalles y no tener siempre la cabeza nublada por pajarillos, poesías hermosas o frases románticas. Lo que cuenta son los hechos. En la política no hay mucho que hacer. Por desgracia, la mentira no está mal vista y no se penaliza en ningún momento. Siempre hay alguna justificación. La estrategia es la siguiente: "igual no somos los mejores, pero los otros son los peores". Así, se etiqueta a los rivales de cualquier manera: trifachito, extremistas, veletas, separatistas o comunistas y asunto arreglado. Muy triste.

La cuestión es que ahora existen más mercados en los que ha aparecido el efecto Tinder, y eso empieza a ser preocupante. Sí, el mercado del trabajo se puede considerar uno de ellos. Pero si el trabajador no cumple, siempre se le puede despedir. Si el empresario no cumple, siempre se le puede denunciar. No es mucho, ya que existen situaciones delicadas y complejas en ambos casos, pero algo es algo.

Vamos al caso del coronavirus. Siempre aparecerán falsos curanderos que nos prometen la curación si vamos a sus consultas, siempre aparecerán catastrofistas que nos explicarán las razones por las que nos encontramos en el fin del mundo. Si no se cumplen sus profecías, siempre podrán decir que es debido a algún imprevisto. Es curioso, pero si en algunas redes pinchamos la tierra es plana (recientemente murió una persona en un accidente intentando demostrarlo) tenemos más enlaces que en el caso contrario. ¿Lógica oculta? Nos llama la atención lo extraño, lo desconocido, lo misterioso y lo que cambia la perspectiva de la vida: al fin y al cabo la realidad es aburrida y plana.

Por esa razón tenemos atracción por populistas que prometen un mundo maravilloso para todos o a organizaciones que nos ofrecen una vida de luz y color. Incluso podemos llegar a buscar la motivación de forma extrínseca mediante estimulantes que segreguen uno de nuestros anhelos más profundos: la dopamina, hormona del placer.

Sea de una u otra forma, debemos estar atentos al efecto Tinder. Se da siempre que quien ofrece un mensaje no sufre una penalización en el caso de mentir: un amante interesado o un político con anhelo de poder a cualquier precio. También se da si el emisor del mensaje puede ofrecer una tergiversación de la realidad que le suponga una defensa que no manche su reputación.

En un mundo lleno de incertidumbre, expectativas dudosas y anhelos de esperanza, los que saben manejar el efecto Tinder hacen su agosto todos los meses del año.

Ideas de Economías de la Conducta (Behavior and Law) UNED de Tudela