Sí, la llamada "ley del brexit" traspone la legislación comunitaria al marco británico, ampara la etapa transitoria, hace suyo el acuerdo de salida UE-UK, facilita el escenario de trabajo al gobierno y da paso a un nuevo intenso proceso negociador que habría de terminar el próximo 31 de diciembre. Termina así una complejísima etapa, en un contexto controvertido y mediáticamente dominado por más voces y ruido externo que el de los propios ciudadanos británicos, largas e intensas negociaciones por fases en las que la propia Unión Europea empezó por provocar el desistimiento británico y un pretendido "escarmiento ejemplar" en otros miembros tentados a seguir el camino de salida, aireando la falsa bandera argumental del populismo, la desinformación y el egoísmo de "viejos escasamente preparados, nacionalistas excluyentes y nada solidarios con el futuro de las nuevas generaciones". Finalmente, constatada la firme voluntad democrática de salida del Reino Unido, pasó a facilitar la inevitable decisión, mientras el propio Reino Unido ha debido transitar por un proceloso camino de controversia, confrontación e "innovación jurídica, política y parlamentaria" para llegar al punto final acordado.

De esta forma, la salida nos lleva a una nueva etapa de "retirada ordenada". Un nuevo y distinto proceso que habrá de definir las relaciones futuras entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero también y sobre todo el nuevo futuro de cada uno de ellos: hacia dentro y hacia fuera. El Reino Unido no solo tiene por delante optar por la mayor o menor vinculación con Europa (en la Unión) y el resto europeo no miembro, o sus "socios terceros preferentes" (empezando por Estados Unidos y una reconstruible Commonwealth) sino, sobre todo, con especial relevancia y finura, su recomposición interna con Irlanda, Escocia y Gales, deseosos tanto de permanecer (o reincorporarse) en la Unión Europea, como de ir adelante hacia nuevos espacios de cosoberanía. A la vez, la UE no solo debe reordenar su futura relación con Londres. Ha de asumir la oportunidad que el complejo tablero interno británico ofrece a las naciones europeas "británicas" que no quieren que sus ciudadanos abandonen "su condición en la Unión Europea". Y a la vez repensar el propio modelo desafectivo que ha venido generando a lo largo de la burocratizada y distante cohesión interna de la paralizada Europa de Estados, alejada de demandas y realidades ajenas a los despachos y cuotas bruselenses y que pierde peso relativo en el contexto mundial entre los dos "gigantes desacoplados" (EEUU y China).

El periodo transitorio, aunque corto, debe resultar más que suficiente para provocar una verdadera catarsis que lleve a unos y a otros a apostar por verdaderas transformaciones, trascendiendo de conceptos del pasado para construir nuevos espacios de futuro.

Más allá de los cantos y lágrimas del último pleno en el Parlamento Europeo, con independencia de lo que unos u otros hubieran esperado como desenlace, se trata de afrontar el futuro a partir de un escenario cierto: una Unión Europea a 27 y un Reino Unido por recomponer, desandando el camino de cinco décadas y reaprendiendo a vivir de otra manera. Un nuevo proceso que exige la sinceridad y valentía de una mínima autocrítica para una Europa que ha contribuido a la inconfortabilidad de un miembro tan relevante como Reino Unido. Es un tiempo nuevo en el que alguien en la propia UE ha de asumir el inevitable riesgo de repensar Europa y la UE y afrontar la complejidad al servicio real de los ciudadanos europeos, sus naciones y sus voluntades -diferenciada- de futuro, apropiándose de sus destinos y no "países obedientes" de la supuesta intelectualidad vanguardista-burocrática instalada en Bruselas, estación refugio del aparato y de los estados miembro amparados en la "unidad vaciada" como pregón verbalizado de una supuesta bondad aspiracional sobre la que se trabaja poco, se cree y entiende menos y se ataca desde ideas y conceptos del pasado y no desde retos innovadores.

Hoy que ya tenemos un horizonte temporal para la transición (pese a que pudiera ampliarse hasta un año más), que el Reino Unido paga una factura de salida de 50.000 millones de euros (algo así como el "coste de la no España" en la literatura argumental de Euskadi o Catalunya en los últimos tiempos, que será referencia para otros miembros que pudieran optar por explorar nuevos mundos y compañeros de viaje), que se garantiza "el asentamiento" de los residentes ex comunitarios en el Reino Unido, que Irlanda del Norte continuará, hasta que no haya otra opción validada conjuntamente, bajo el paraguas aduanero de la Unión Europea evitando fronteras hard y que ni uno ni otro de los negociadores pueden seguir mirando al pasado o denunciando "las mentiras y votos de los viejos", manipulando el brexit, ni unos "europeístas" amparados en las esencias estructurales de Bruselas pueden o deben instalarse en un cómodo inmovilismo, es momento de una inteligencia innovadora y constructiva. Como decía hace unas semanas la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en su discurso (Viejos amigos, nuevos comienzos: construyendo otro futuro para un partenariado Reino Unido-Unión Europea) en la London School of Economics and Politic Sciences, "no podemos olvidar la enorme contribución del Reino Unido, desde dentro y fuera de la Unión, que diría Churchill, desde las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, en Zúrich (1946), ni el camino recorrido a lo largo del tiempo. Y hemos de rendir tributo a quienes lo han hecho posible. Pero quien hace política y ha de decidir es el pueblo y el pueblo británico habló con claridad en junio de 2016 y nos dio un mandato claro. La UE y el Reino Unido han de reforzar sus relaciones y colaboración desde una nueva realidad. Hagamos posible que este camino desde espacios diferenciados converja en soluciones compartibles en beneficio de todos (...) El 31 de enero será triste para muchos, pero cuando salga el sol el 1 de febrero, el Reino Unido y la UE continuarán siendo los mejores amigos y socios, seguiremos aprendiendo y trabajando juntos, compartiendo desafíos, formaremos parte de relevantes entidades compartidas como la OTAN, Naciones Unidas y múltiples organismos internacionales. Sobre todo, compartiremos valores y la misma fe y confianza democráticas. Nuestras historias y geografías son las mismas y nuestro continente compartirá el mismo destino. Se cerrará una puerta, pero se abrirán nuevas. Será el tiempo de mirar hacia delante, de otra forma". Sin duda, los buenos deseos no evitarán espacios de desencuentro y disputas. No obstante, lo relevante será abordarlos desde el respeto a la voluntad y libre decisión de cada una de las partes, asumiendo la realidad. Socios, aliados desde su propia voluntad y no desde imposiciones unilaterales. Serán (deberán ser) nuevas reglas del juego.

En esta línea, Bruegel (Think Tank experto en economía y políticas públicas con sede en Bruselas) y el Wellcome Trust (Organización benéfica de Investigación. Londres) han celebrado esta misma semana un encuentro bilateral entre expertos y políticos, británicos y europeos, para realizar un interesante ejercicio de prospectiva cara a una hipotética negociación y acuerdo a lograr, en este periodo transitorio, en materia de investigación e innovación (A post agreement for research and innovation. Outcomes). Una nueva relación postbrexit en tan delicada área de interés común que con tanta fuerza han venido promoviendo ambos jugadores en las últimas décadas en el desarrollo del ERA (Espacio Europeo de Investigación), considerado hoy uno de los hubs líderes en el mundo investigador (6 de las 20 universidades del top mundial; un tercio de las publicaciones científicas mundiales). El objetivo no es otro que el de promover y fomentar el valioso beneficio que supone este partenariado y soporte esencial de competitividad, bienestar y desarrollo económico y social de las naciones, empresas y ciudadanos europeos, más allá de su adscripción formal a la UE, conscientes de que un acuerdo en esta materia, y en cualquier otra crítica, solo será posible desde la actitud, voluntad e implementación global política y técnica.

Algunas claves de interés se deducen de este ejercicio, más allá del asunto concreto. En primer lugar, una vez acordada la "deuda de salida", la "contribución obligada", en términos del PIB correspondiente, es el valor de las iniciativas y proyectos y su contribución a la sociedad lo que determina la financiación-coste-beneficio de cada programa o iniciativa acordable. Se sugiere recrear "espacios nuevos" sobre aquellos programas que han tenido éxito, reformulados en función de la independencia y nuevo ro" de cada una de las partes. Así, el Horizon 2020 vigente ya no será el esquema apropiado, si bien un nuevo Horizon bilateral, exnovo, facilitaría las relaciones y fortalecería equipos y líneas de investigación, estableciendo nuevos acuerdos bilaterales de intercambio de empresas, universidades, centros tecnológicos, investigadores y trabajadores (y sus familiares) en un sistema colaborativo de beneficio mutuo. El ejercicio realizado, más allá de la relevancia de la investigación y la innovación, destaca la importancia del uso del lenguaje en el proceso, de elaborar relatos de futuro y no del pasado, de la sensibilidad y aceptación del bilateralismo y las cosoberanías reales, la formalidad de instrumentos igualitarios compartibles para la cogestión de cuántas iniciativas y proyectos se emprendan. De evitar la paralización y discontinuidad de programas y proyectos en curso, si bien, desde nuevos roles, condiciones, codirección y cofinanciación. Un ejemplo a considerar.

En definitiva, la obligada necesidad de facilitar el periodo transitorio y de encontrar el espacio de futuro de asociación, de espacios europeos compartibles, de libre comercio y "mercado interior", etc. no solamente ha de servir para garantizar la mejor de las relaciones posibles, sino que sobre todo ha de ser contemplada como una gran oportunidad para reinventar el espacio interior de cada una de las partes, un nuevo Reino Unido, promotor de una renovada e innovadora geografía política institucional acogedora de las aspiraciones mayoritarias de Escocia, Irlanda del Norte-Irlanda, Gales? y una innovadora Unión Europea construida desde sus naciones -hoy con o sin Estados del pasado- fortaleciendo valores y principios de libertad, democracia, solidaridad y subsidiariedad y asumiendo la inevitable transformación organizativa y administrativa del servicio y de los objetivos.

Este 1 de febrero, el Reino Unido abre todo un proceso de cambio, incierto y complejo, reescribiendo su nuevo destino. Confiemos que lo que ha entendido como esencia democrática atendiendo a "la voluntad del pueblo", lo extienda y aplique a la voluntad de otros pueblos en su seno. La UE vuelve a ser de 27 y recompone la composición de su gobernanza. Pero, sobre todo, inicia un camino insospechado obligado a mirar hacia dentro para escuchar las voces del cambio. Sin duda, mucho más que un brexit. Hacia una nueva Europa más allá de la UE vigente.