Hasta ahora, cuando hablábamos de los años 20, nos referíamos a los del siglo XX, a los llamados años felices, alegres y desenfadados, dorados o locos, al menos para algunos afortunados. Fueron los años en los que surgió el movimiento pacifista de Gandhi en India; en que Egipto e Irlanda se independizaban del Reino Unido; a nivel mundial surgía la televisión, se popularizaba el uso del teléfono, el automóvil, los electrodomésticos, la radio, la venta a plazos, el consumismo... el charlestón hacia furor. Esta fiesta terminaría abruptamente el 24 de octubre de 1929, el jueves negro (el día que curiosamente nació mi aita Miguel) con el crack de la Bolsa de Nueva York: se desinfló la burbuja. Además, también en esa década se empezaban a manifestar unos peligrosos síntomas: Hitler lideraría el Partido Nacional Socialista en Alemania, Mussolini se convertiría en Duce de Italia, surgía el Partido Comunista en China, se creaba la URSS y Stalin llegaría al poder. Estos meros síntomas se transformarían en grandes desastres y terribles guerras que asolarían los años 30 y 40 del siglo XX: la incivil guerra española, la espantosa Segunda Guerra Mundial, las dictaduras fascistas y comunistas? que originaron además de la pérdida de la vida de millones de personas, hambre, miseria y una absoluta destrucción de valores humanistas.

Uno, que es de finales de los años 50 del siglo pasado, atisbaba -cuando era chaval- al lejano y redondo año 2000 como una frontera lejana, una muga entre mítica e inaccesible, una línea de sombra -como diría Joseph Conrad- que separaba dos mundos, dos épocas, dos regiones, la primera juventud de la incipiente madurez y, sin embargo, afortunadamente, cuando llegó, aparte de aquellas cuestiones del posible desastre informático llamado "efecto 2000", pasó sin pena ni gloria. Y ya hace, ni más ni menos que 20 años.

Vamos a iniciar los años 20 del siglo XXI y a partir de ahora cuando hablemos de los años 20 habrá que matizar de qué siglo hablamos. El mundo ha cambiado considerablemente. Estamos globalizados. Ahora son las empresas tecnológicas las que marcan la pauta. La virtualidad ha sustituido a la materialidad. El cortoplacismo, a las visiones a largo plazo. Las urgencias, a la esencias. Mientras el acceso a la mayor cantidad de datos y a tiempo real crece exponencialmente, la veracidad y la utilidad de la información derivada de los mismos decrece a mayor velocidad. Los populismos están al alza y parece que la mediocridad es lo que triunfa.

¿A qué nos enfrentaremos en estos años 20 del siglo XXI, dónde lo único constante parece ser el cambio continuo? A la emergencia -ya no solo el cambio- climática, con la degradación ecológica, el calentamiento global, la contaminación generalizada y la elevación del nivel de los océanos, junto a la escasez de los recursos. A los problemas demográficos, muy diferentes según los continentes: en el nuestro nos estamos envejeciendo y quedando sin descendencia y en otros, hay excesiva. A la imparable disrupción tecnológica, con su impacto en la vida y en el empleo. Al incremento de las desigualdades y al aumento de la pobreza y del hambre. A los peligros de la guerra nuclear. Al transhumanismo y a los avances en medicina que harán que los ricos puedan pagarse la inmortalidad biológica.

¿Cómo los podemos afrontar? Con la necesaria recuperación de valores humanistas, absolutamente despreciados en una sociedad consumista, cortoplacista y egoísta. Con la olvidada visión holística, global y a largo plazo. Con el imperioso fomento de la creatividad y el pensamiento crítico. No dejando de soñar, aunque sea despiertos.

Esperemos que el conocimiento de lo que ocurrió, con los síntomas que asomaban en los años 20 del pasado siglo y que se manifestaron crudamente con posterioridad, nos sirva para no tropezar dos veces en la misma piedra. Por tanto y como colofón, deseo a todos ¡, que los próximos años 20, nos sean también felices, pero sin esperar que los dioses sean compasivos y nos concedan la dicha alegremente. Debemos ser nosotros quienes vayamos a por ella.