La economía europea se está “japonizando”, es decir, se enfrenta a un largo periodo de bajo crecimiento económico que tiene varias causas de tipo estructural como los escasos avances en la productividad, una población envejecida y bajas tasas de inversión. Y esta situación, se da, paradójicamente, en un contexto de innovación tecnológica que, sobre el papel, debería impulsar la productividad y, por lo tanto, el crecimiento.
El FMI (Fondo Monetario Internacional) prevé que, a largo plazo, a finales de esta década, el PIB de la Eurozona crecerá ligeramente por encima del 1%, en línea con el 0,8% de media previsto en el periodo 2023-2025. Los grandes países tractores de la economía europea tienen el motor “gripado” y desde hace dos años, llevan lanzando inquietantes signos de debilidad.
Según el FMI, Alemania habrá crecido este año un 0%, es decir, estancamiento, mientras que las previsiones para 2025 fijan una subida de solo un 0,8%, teniendo en cuenta que, en 2023, tuvo un crecimiento negativo del 0,3%. Por su parte, Francia registrará un crecimiento este año del 1,1%, similar al previsto para el año que viene, mientras que Italia lo hará en torno al 0,7% este año y un 0,8% el próximo ejercicio.
Sin embargo, la economía del Estado español está protagonizando la gran sorpresa positiva de este año, donde las previsiones de crecimiento del FMI son del 2,9%, situándose en el 2,1% en 2025. Todo ello, supondrá que la economía estatal será la que registrará mejores índices positivos entre las grandes economías avanzadas del mundo.
La benignidad que presenta la economía estatal no deja de ser un puro espejismo porque es la excepción de una regla en donde la persistente debilidad de la industria que se registra en los países tractores de Europa, que, curiosamente, son los que más tienen que competir con China y Estados Unidos, explica los bajos niveles de crecimiento que tienen. Y en este contexto, Euskadi, que por su estructura económica se puede asemejar a uno de esos países, como puede ser Alemania, debe estar muy atento a las consecuencias negativas que en cascada se van a producir en sus empresas manufactureras. No hay que olvidar que el sector industrial es el más importante de la economía vasca, ya que supone el 24,2% del PIB de la CAV, según datos de EUSTAT.
Lo que está claro es que la industria vasca está perdiendo posiciones respecto a otros mercados, a pesar de que sus estrategias comerciales están siendo dirigidas a otros países ante el debilitamiento de Alemania, Francia e Italia, por lo que es necesario reaccionar con urgencia, -dentro de los esquemas de colaboración público-privada que tantos buenos resultados ha tenido en el pasado-, para recuperar el dinamismo de nuestras empresas y ganar competitividad. Se trata de apostar por un modelo de país con empresas punteras u otro de compañías auxiliares. Este es el gran reto que se vuelve a poner encima de la mesa.
Y para eso, se necesita recuperar el espíritu de los años 90 del pasado siglo, tal y como plantea el secretario general de Adegi, José Miguel Ayerza. Es decir, hacer una apuesta firme como país, en favor de la industria con un importante apoyo a la inversión en conocimiento, tecnología e innovación a partir de unos liderazgos fuertes y comprometidos. En esa época, tras una dramática e importante reconversión industrial que se llevó por delante el ADN industrial de Euskadi, centrado en la industria pesada de la siderurgia y los astilleros, todos los actores políticos y económicos de este país se pusieron manos a la obra y consiguieron construir un nuevo modelo industrial basado en la innovación y la tecnología en sectores hasta entonces inéditos en el panorama industrial vasco como el aeronáutico, eólico, automoción, etc. Al frente de la cartera de Industria se encontraban en esa década, figuras de peso como Jon Azua o Josu Jon Imaz
Ahora falta esa ilusión y entusiasmo por sentar las bases de un nuevo futuro para este país y seguimos inmersos en la autocomplacencia y en la inacción de aquellos que desde las instituciones públicas tienen la responsabilidad de tomar decisiones y ser audaces para plantear nuevos proyectos industriales, aún a riesgo de equivocarse. Estamos viviendo de las rentas porque hasta ahora nos ha ido bien, pero esa situación ha cambiado radicalmente y es necesario actuar con prontitud. El hecho de que las inversiones extranjeras en Euskadi solo alcanzan los 71,2 millones de euros en el primer semestre de este año, lo que significa una caída del 77% respecto al año pasado y la cifra más baja de la serie histórica, no es más que la constatación de esa realidad.
Subcontratar la elaboración de un plan de Desarrollo Industrial para el periodo 2025-2028, tal y como parece que ha decidido el actual consejero de Industria, Mikel Jauregi, tiene poco que ver con la premura que requiere la situación, ya que, en el mejor de los casos, estará concluido para mediados del próximo año. Y entre tanto, habrá que preguntarse para qué sirven la pléyade de asesores que tiene el Gobierno Vasco, la red de centros tecnológicos vasca, los institutos de competitividad, las asociaciones sectoriales, los clústers, así como las empresas publicas vinculadas a ese departamento, etc.
Y en esta situación, al igual que se hizo en la década de los 90, es necesario aprovechar las potencialidades que ofrece el Concierto Económico en favor de las empresas para incentivar las inversiones y favorecer la innovación, el conocimiento y la tecnología. Se trata de dinamizar la actividad y la competitividad de nuestra economía para convertir a Euskadi en un territorio atractivo que genere un empleo de calidad.
Para ello, es necesario romper la excesiva prudencia y cierta actitud meliflua para no crear situaciones de tensión con el Estado que el sector público vasco ha tenido en los últimos años a la hora de aprovechar las virtualidades que ofrece el Concierto Económico. Es la columna vertebral del autogobierno vasco y, por ello y sin ningún tipo de complejos, debe ser objeto de actualización conforme a la realidad en la que nos encontramos. No vale realizar grandes manifestaciones en la defensa del Concierto Económico frente a las veleidades que plantean otras regiones del Estado, sino de pasar a la acción.
El Concierto Económico, no solo debe servir para la gestión de gravámenes como el de la banca o las multinacionales como ha acordado el PNV con el Gobierno Sánchez, que podría extenderse al impuesto de las energéticas, si no hubiese decaído, ya que es una cuestión que “va de soi”, porque la principal herramienta de nuestro autogobierno abarca al conjunto del régimen tributario. Es decir, si el Estado crea unos nuevos impuestos, como es el caso, tiene que concertarlos con las Haciendas forales por obligación, tal y como se recoge en la ley de Concierto Económico. No debe ser una decisión política, ni fruto de un acuerdo.
Es perentorio explorar todas las potencialidades que ofrece el Concierto Económico para favorecer el progreso económico y la creación de riqueza en el país que luego tienen su traslación en el alto nivel de bienestar social que tenemos los vascos a través de la sanidad, educación y servicios sociales. El gasto social por habitante en Euskadi es de 4.079 euros, cuando hace 15 años era de 950 euros. Nunca es tarde.