Hace unas semanas, en una entrevista en un medio de comunicación, uno de los candidatos a lehendakari que se presentan a las elecciones al Parlamento Vasco del próximo día 21 de abril, al referirse al importante peso del tejido empresarial e industrial de Gipuzkoa y poner como ejemplo a varias empresas que son líderes en su sector, se le olvidó mencionar al primer grupo empresarial de Euskadi y el décimo en el Estado español y que, curiosamente, tiene su sede en ese territorio.

El desliz, poco justificable cuando el protagonista que aspira a ocupar el cargo de lehendakari de este país se dirige a ciudadanos guipuzcoanos, pone también en evidencia hasta qué punto la Corporación Mondragon, a pesar de ser una referencia mundial de empresas de economía social focalizadas en la actividad industrial, es una desconocida para gran parte de los oriundos.

Sorprende cómo siendo Arrasate el centro de peregrinación internacional de miles de personas al año para conocer el modelo cooperativo de Mondragon y visitar sus empresas, centros tecnológicos y entidades educativas, al tiempo que ha sido elogiado por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres; premios Nobel de Economía, como Joseph Stiglitz; e intelectuales de la talla del estadounidense Noam Chomsky; amén de los reportajes e informaciones publicadas en prestigiosos medios de comunicación como The New York Times, Bloomberg, o L’Usine Nouvelle, no se visibilizan entre nosotros los valores cooperativos que son el fundamento y la base del movimiento fundado por el P. José María Arizmendiarrieta.

Y la cuestión no es baladí, porque ese desconocimiento que existe en la sociedad vasca en general sobre lo que es el movimiento cooperativo, sus valores y los efectos positivos que ha tenido desde que Arizmendiarrieta lo puso marcha hace casi 70 años la primera empresa de economía social de Euskadi, puede tener su origen en una actitud refractaria hacía el exterior a la hora de dar a conocer y explicar la denominada experiencia Mondragon.

Esa posición no se corresponde con el peso y la importancia de un grupo empresarial formado por 92 cooperativas, en las que trabajan 70.000 personas, de las de las que el 43,8% están en Euskadi, 41,5% en el Estado español y 14,7% restante en el extranjero, y que cuenta con 104 implantaciones en 37 países y una facturación de más de 11.000 millones de euros.

Precisamente, la falta de un planteamiento pedagógico, tanto hacia afuera como hacía dentro, sobre las diferencias existentes entre una empresa de capital y una cooperativa, que tiene por objeto la transformación social desde un planteamiento del reparto de la riqueza a través de la generación de nuevas compañías y puestos de trabajo en la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria, se ha podido observar en las últimas crisis que se han producido en el seno del movimiento cooperativo. Y con ello, la impronta de que el capital no es un fin en sí mismo, sino está al servicio de las personas con un compromiso de trascendencia de ese legado a las generaciones venideras.

Esa deficiencia se pudo observar hace diez años con la quiebra y desaparición de Fagor Electrodomésticos, la entonces joya de la corona del grupo y que supuso un gran trauma en todo el movimiento cooperativo, y hace algo más de un año, se volvió a repetir con el abandono de la Corporación Mondragon de dos importantes cooperativas como Orona y Ulma, en donde se pusieron nuevamente en cuestión valores sustancialmente cooperativos como la solidaridad y la intercooperación con el resto de las compañías del grupo.

No era la primera vez que dos cooperativas abandonaban el grupo de Mondragon por los mismos motivos. Hace años, Irizar y Ampo hicieron lo propio, poniendo de relieve cómo los principios solidarios entre las cooperativas desaparecen cuando la actividad empresarial tiene éxito y la cuenta de resultados va mejorando de manera importante en cada ejercicio, con lo que los valores cooperativos se van difuminando en favor de un modelo de funcionamiento que se va asemejando cada vez más a una empresa de capital.

Las necesidades que desde hace al menos dos décadas han tenido las cooperativas a la hora de captar el talento necesario para desarrollar sus proyectos empresariales, en un mundo cada vez más complejo y competitivo, han podido tener consecuencias en el descuido de la filosofía y de los valores que subyacen en el modelo Mondragon y que son tan importantes como la búsqueda de la rentabilidad y la eficiencia de los negocios. Si en los directivos de las cooperativas prima más la cultura de la eficiencia empresarial y de la gestión de las empresas y de los recursos, difícilmente, entre los socios trabajadores de las empresas que dirigen puede haber una mayor identificación con los valores cooperativos.

Se han dado casos de cooperativas en la que sus propios socios trabajadores, que participan en el capital, la gestión y los resultados de su empresa, se han mostrado favorables a que los retornos (dividendos en una empresa de capital) se repartieran entre ellos, en vez de ser destinados a nuevas inversiones para el crecimiento de la compañía, tal y como sugería el equipo directivo.

De la misma forma, hace casi una década una cooperativa, no perteneciente a la Corporación Mondragon, puso en marcha una filial para el inicio de una nueva actividad industrial constituida jurídicamente como sociedad limitada y no como empresa de economía social. La paradoja es que esa nueva empresa surgida de una cooperativa no está ubicada en un país extranjero con poca cultura de economía social, sino en Gipuzkoa y a escasos 30 kilómetros de la matriz.

Lo cierto es que en pocas cooperativas se percibe por parte de sus socios trabajadores una gran preocupación por los valores que dan soporte a este modelo de empresa, con lo que el reto de Mondragon debe ser buscar el equilibrio entre la creación de valor de los negocios con la perpetuación de unos principios que al hilo de lo que planteaba Arizmendiarrieta tratan de construir unas sociedades ricas e igualitarias y no fomentar individuos pudientes.

Y esa filosofía es lo que ha dado lugar a que, a lo largo de los años, la comarca de Debagoiena, donde se asientan un gran número de cooperativas, haya superado en parámetros económicos como el PIB y Rentas de Trabajo a las medias de Gipuzkoa y de Euskadi. Incluso en algunos aspectos a las de Europa.

El impulso y la necesaria puesta en valor de los principios cooperativos en los que la empresa se configura como un bien común con proyección a largo plazo basada en la solidaridad, cooperación y participación, debe partir de la consolidación de los resultados económicos para generar mayor empleo cooperativo, a través de la incorporación de nuevos socios y, de esta forma, ir reduciendo el empleo por cuenta ajena que se ha ido produciendo en los últimos años para responder a incrementos de actividad.

El gran objetivo que tiene la Corporación Mondragon en el corto y medio plazo es provocar un aumento de los socios cooperativistas, sobre todo, jóvenes para ir reduciendo paulatinamente el envejecimiento de la actual plantilla que puede condicionar el futuro de las cooperativas. Este puede ser uno de los objetivos estratégicos que debiera tener encima de la mesa el nuevo presidente de Mondragon, Pello Rodríguez, que accederá al cargo el próximo mes de agosto, en sustitución de Iñigo Ucin. Todo un reto por delante.