Dentro de diez días se van a cumplir diez años desde que ETA anunció que ponía fin a su estrategia violenta. A las puertas de este aniversario, que asoma en el horizonte con el anuncio de actos de distinto signo para recordar una época que al margen del relato al que se agarre cada cual afortunadamente ha quedado atrás, el pasado ha proyectado su sombra en forma de luz esclarecedora sobre lo ocurrido en uno de los muchos episodios que siguen reclamando verdad para poder pasar página. Gracias a una información periodística hemos sabido que la carta-bomba que mató en 1989 en Errenteria al cartero José Antonio Cardosa fue enviada desde las cloacas del Ministerio del Interior en tiempos de José Luis Corcuera, el de la patada en la puerta. Es una revelación que aparece en unos documentos del jefe de la inteligencia española Emilio Alonso Manglano, previa confesión de Antoni Asunción, que cogió el testigo de Corcuera en Interior. No hay mejor prueba que el atronador silencio con el que ha sido acogida la revelación, como queriendo apagarla dejando que se hunda por su propio peso. José Antonio Cardosa ha regresado del pasado reclamando la verdad de lo que le ocurrió cuando dobló el paquete para depositarlo en el buzón del miembro de HB Ildefonso Salazar. Una carta de las varias que se enviaron a militantes de la izquierda aber-tzale, por suerte, sin más víctimas. Diez años después del fin de la violencia seguimos esperando que la izquierda abertzale asuma la injusticia de aquella violencia. Pero, y de la injusticia de víctimas como Cardosa, ¿quién responde?