uando mi hijo de 4 años me preguntó si los padres morían, al principio, no supe qué responder. Tras unos segundos de reflexión le pregunté: "Nor zen aitaren aita?" Su cara se iluminó con un gesto de comprensión al afirmar: "Aitona hil zen". Hace seis meses, concretamente. Recuerdo las últimas palabras que le dirigí: huecas, vacías de sentido, tonterías sobre un futuro inexistente para quien está mirando de frente a la muerte (¡cuánto nos queda por aprender sobre cómo enfrentarnos a ese momento!). Las que realmente quería haberle dicho, se las transmito en silencio, esperando que lleguen a ese mundo extracorpóreo en el que creemos con fe y esperanza, pero también con cierto grado de desesperación. Era un hombre extraordinario que tuvo una vida sencilla, pero capaz de dejar huella en todo aquel que le conoció. Gota a gota, construyó un mundo mejor a su alrededor con gestos pequeños fruto del compromiso: con su familia, su trabajo, la política, su pueblo y su país. Por eso logró el respeto de quien le rodeaba, aunque estuviera en las antípodas de su ideología. Era un hombre de palabra, pero sobre todo de actos, cuyo espíritu rejuvenecía cuando se calzaba las botas para perderse por Aralar. Cuatro años disfrutó Joanes de su aitona, pero la semilla que plantó en él perdurará mientras viva, como la que dejó en todos nosotros... Eskerrik asko Joxan.