a final de Copa más larga de la historia, la que llevamos esperando más de un año, y la más ansiada, al menos por esa generación perdida de aficionados que no han visto ganar a la Real un título en los últimos 33 años, ya está aquí. Cada hora que pasa los nervios afloran con más notoriedad, la tensión se palpa con mayor nitidez y la expectación crece de forma exponencial. Solo hay que mirar hacia un lado y otro para darse cuenta de que Gipuzkoa ya se ha vestido de txuri-urdin a la espera del duelo que puede encumbrar a nuestro equipo a lo más alto. Una plantilla a la que, al menos, hay que exigirle que el sábado salte al terreno de juego de La Cartuja con el once de los valores que nos distinguen sobre los demás: la portería tiene que estar protegida por la seguridad; en la defensa serán necesarias una buena ración de casta, concentración, constancia y confianza; en el centro del campo, la habilidad, la garra, el tesón y la inteligencia deben ser sus señas de identidad; y en la delantera, el arrojo y la definición serán básicas. Y como primer apoyo, cuando el equipo sienta el cansancio, estará la afición; esa hinchada que nunca ha dejado sola a la Real. Imanol, si hay prórroga y penaltis, echará el resto con esa fe ciega que deposita en su plantilla, en unos jugadores que no le han fallado. El sábado es su día.