ues ya está. Me he ganado mi primera multa por exceso de velocidad tras más de dos décadas al volante, conduciendo prácticamente a diario. 100 euros de nada, 50 por pronto pago, aunque casi se me pasa el plazo porque la carta llegó donde no debía. Yo la esperaba desde diciembre, cuando volviendo de noche el fogonazo del flash del radar me advirtió de que me habían hecho una foto bien molona. Encima de espaldas, que es mi lado bueno, ellos sí que saben. No sé por qué fue, ni a cuánto iba, porque conozco la carretera y el radar, y yo ni siquiera tenía prisa. Más rápido de lo permitido, está claro. Ahora ya lo sé, me he pasado cuatro kilómetros por encima del margen de error que da el radar. Como soy un panoli ni siquiera sabía cómo se pagan las multas en el cajero, porque ahora todo se hace en el cajero y el interior de las oficinas bancarias hace las veces de escaparate, con muebles bonitos que no se tocan y ventanillas empapeladas con una lista de todas las cosas que no hacen. Una amable trabajadora me lo mostró y, de paso, intentó que cambiara de compañía telefónica, que ya se vende de todo en los bancos. Ahora estoy por colgar la multa en el coche, mirando al exterior, como quien pone el cartel de peligro niños. Soy un malote al volante, un imprudente y hasta me han dado un certificado. Aunque me jode, porque siempre he odiado los piques de a ver quién llega antes.