a semana pasada buena parte de las miradas del planeta se dirigieron a Estados Unidos, donde, además de observar quién se imponía en las elecciones presidenciales (el demócrata Joe Biden, tras varios días de interminable recuento), tuvimos que soportar, de nuevo, el bochornoso espectáculo del republicano Donald Trump. Una vez que ya intuía que no iba a ganar estos comicios, comenzó su show. Quizá, y esperemos que sea así, el último capítulo del realityshow en el que había convertido su mandato, tal y como apuntó Barack Obama. No solo trató de detener las votaciones, en su opinión corruptas (qué casualidad), cuando sintió que estaba abocado irremediablemente a la derrota, sino que también convirtió la carrera presidencial en un Trump sí o Trump no más que un Trump contra Biden. Todo ello, y aquí viene lo mejor, aderezado con su vena artística. Sus mítines al son del mítico tema YMCA, braceando como si estuviera imitando a un robot, nos alegraron la semana. Con su acompasado movimiento, brazo delante y brazo detrás, fue convenciendo a sus electores, y a quien apreciaba dudoso le señalaba de forma amenazante. Como para no tenerle miedo. Al menos, además de su nefasto legado político, nos deja ese baile con el que sacó una sonrisa (o carcajada) a medio mundo.