hora que el mundo ya da miedo por sí solo, la fiesta de Halloween se nos ha quedado pelín descafeinada. No apetece el habitual maratón de pelis de miedo, no apetece ver qué nos tienen preparados Los Simpson en el enésimo especial de La casa-árbol del terror y, aunque apetezca, no habrá forma de pasar la medianoche de hoy tomando algo entre amigos. Ya vivimos en una peli de terror en la que el mayor miedo es pillar un virus, y ni siquiera por nosotros (porque casi todos nos creemos más fuertes, aunque ya sabemos que en las pelis de miedo los confiados son los primeros en morir) sino porque tememos que si lo pillamos podamos contagiar a esa persona querida que anda un poco pachucha de lo suyo, y eso es más jodido de gestionar que tu propia enfermedad. Precisamente, esas personas que andan jodidas de lo suyo son las que mañana celebrarán la verdadera festividad del 1 de noviembre aprovechando que ese día sí llega el autobús hasta el alejado cementerio, que hace tiempo que sacamos de nuestro horizonte. Decirles que "esperen a otro día", "que no vayan, que no les toca" es no haber aprendido nada de la cruenta primera ola. Somos nosotros, quienes podemos acercarnos cualquier otro día, los que tenemos que quedarnos fuera para que mañana ellos tengan prioridad y no se encuentren con aglomeraciones ni esperas.