nda el premier británico Boris Johnson desatado en legítima defensa. Como si sufriera una agresión de la Unión Europea -conocida porque no suele matar una mosca-, Johnson dice que no cumplirá el acuerdo de salida de la UE que él mismo firmó meses atrás porque así garantiza "proteger la soberanía e integridad económica y política del país". Quiere que Bruselas vuelva a negociar, pero como el concepto de legítima defensa es popularmente concebido como algo muy positivo, los palmeros del bocachanclismo -que abundan- aplauden la soflama: aplicarla en este caso no tiene ni pies ni cabeza. Como la democracia tiene unas apariencias que al menos de momento hay que guardar, el Gobierno británico propone comerse su propia palabra con la tramitación parlamentaria de la ley de Mercados Internos, que colisiona con el tratado que firmó con Bruselas. En la democracia del destello y el instante inmediato (si es que eso es democracia) valen más los regates realizados a 80 metros de la portería que los goles que cambian un partido. Johnson propone regatearse a sí mismo: saltarse la ley si Bruselas no se aviene a negociar mientras intenta frenar el referéndum en Escocia. Aquel territorio al que Londres amenazó con quedarse fuera de Europa si ganaba el sí en 2014. Regates y regates.