e pasó un día y me sentí estúpido, pero veo que bajarse la mascarilla para hablar por el móvil no es solo cosa mía. Resulta que somos muchos los que queremos que nuestra voz llegue nítida al otro lado y nos bajamos el trapo para hablar, lo mismo que los pantalones al cagar. Y aquí estamos, revueltos, que si pandemia, que si final de Copa en Sevilla con rebujito el 4 de abril... Yo creo que el título va a quedar desierto, pero nadie me quiere escuchar. Nos ha trastocado mucho el coronavirus. Conozco a uno que ha quebrantado todas las normas escritas durante su vida, y ahora me dicen que se ha vuelto papista, que si no puedes hacer esto, que si tienes la mascarilla dos grados torcida. Así estamos pues, entre virus, con ganas de que los niños vayan al cole de una puñetera vez y de que algunos dejen de poner pegas por todo. Por esto de ser periodista, me preguntan mucho. Algunos se creen que soy experto, otros que terrorista, actor de una conspiración política a gran escala que pretende mantener sometida a la población. El martes, con mi hijo, nos topamos con un parque precintado, de nuevo. “Joe, parkea itxita... fase dos, aita?”. Ez, lasai, le dije. “Ez digute berriro etxean itxiko, ezta?”. Ez, lasai. “Aita, etxean itxi zigutenen zer zan, fase tres?”. Venga, Beñat, segi. “Ze fase, aita, 1, 2 edo 3?”. Va a flipar la andereño.