a detención de Steve Bannon por estafar a sus seguidores con el señuelo de obtener fondos para participar en la construcción del muro en la frontera de México es pura justicia poética. 25 millones de dólares se recaudaron para dar un impulso militante a esta obra que iba a marcar el mandato de Trump y con la que buscaba satisfacer los instintos más bajos del supremacismo blanco. Pero el ladrón no venía del sur de Río Grande. Y todo por unos millones de dólares con los que pegarse la gran vida, como un burgués cualquiera. La noticia no deja en muy buen lugar a los partidos de ultraderecha de Europa, que también se dejaron seducir por el encanto del personaje, en un signo de seguidismo yanki que retrata su retórica nacionalista. Por supuesto, Vox no fue una excepción y bien que alardeó de sus encuentros con Bannon cuando su estrella iluminaba el camino. Pese a todo, no hay que cantar victoria. Porque Bannon se mostró como un eficaz estratega de la comunicación cuando asesoró a Trump hacia la victoria. La estrategia es dividir con asuntos que provocan adhesión a la causa mediante un relato que desprecia la verdad y recurre sin rubor a la falsedad. Pronto tendremos la oportunidad de verlo en el Parlamento de Gasteiz.