ste verano tiene momentos que no se sostienen. Son otra cosa, que poco se parecen al verano anterior, como la fotografía cenital de Associated Press en Gran Canaria con 42 sombrillas con sus respectivos ocupantes debajo. Separadas a la distancia prudencial. Dos, tres o cuatro metros desde el palo de una sombrilla a otra. El verano, dicen los expertos, se puede vivir mientras sea así. Muchos animan a que así sea. Expertos, sobre todo psicólogos, recuerdan que romper con la rutina es recomendable. Aunque la rutina de este verano no sea la del verano pasado. Y eso, dicen muchos, no es verano aunque vivamos a 34 grados a la sombra. Cada uno en su sitio, sus tres o cuatro metros cuadrados de playa, con señales de humo y distancias personales que nada tienen que ver con aquel verano del "yo te doy cremita, tú me das cremita". Tampoco en el bar donde los calamares de esta mesa se mezclan con el olor del atún encebollado de la mesa de al lado. No hay nada de eso cuando la realidad, como la nicotina al exfumador, nos atrae a la vieja realidad. Vamos por una carretera comarcal con continuas entradas a la autopista. A una velocidad que nos lleva a la nada. Ni siquiera a tener cuatro metros cuadrados de playa. Ahora, llegó el día, añoramos al crío de al lado que nos llenaba de arena la toalla.