unca tomamos demasiado en serio aquellas advertencias que nos hacían en el cole de que el mundo era cada vez más egoísta: con llegar al recreo teníamos suficiente. Un día se acabaron los recreos pero empezaron los conciertos. Otro día, varios años más tarde, también se acabaron los conciertos. Fue en marzo de 2020, que nunca pensamos que nos guardaba semejante sorpresa. Cuatro meses después, que la memoria los sepulta como si hubiera pasado un siglo, Mariza se emocionó en La Trini. Y emocionó, que es de lo que va el arte en una época en la que las librerías, las pantallas grandes y los escenarios parecen olvidados. Todo se puede hacer desde casa, dijeron quienes no han olvidado cómo se les puede erizar la piel al escuchar en vivo a un fado caminar. A su ritmo. Tranquilo e impasible en su pequeño drama ordinario. Como los veranos. Incluso esos estíos disparatados y frenéticos -los hubo...-, tenían en el fondo un compás que poco tenía que ver con la superficie picada. Por debajo del agua agitada, la música intenta volver a las plazas como ese canto a la gente da minha terra que cerró el concierto de Mariza y que sonó a aquella advertencia del cole que nunca nos tomamos demasiado en serio. Que el mundo era cada vez más egoísta. Y que eso puede vaciar las plazas y devolvernos a casa.