ace cinco años la muerte tocó el timbre de buena mañana. Como una mala tormenta, la parca adquiere diversas formas antes de aparecer. Ocurre lo mismo cuando se marcha. Como viene se va, aunque no por el camino por el que vino, sino por algún otro y en compañía. Tiene la vida, por contraste, ese don nada dramático ni definitivo de parecer que apenas cambia, que todo transcurre como el funicular que rodea la montaña hacia la cumbre, que lo mismo es una virtud como lo contrario. Hay veces que hay que cambiar. Sobre todo, la ropa interior, no vaya a ser que te tengan que llevar al hospital. En la coordenada en la que la vida y la muerte coinciden al mismo tiempo es donde surgen los cambios. Tiempo después, siempre el tiempo, la vida vuelve a seguir como avanza el barco que resiste en mitad del océano tras la gran tormenta. Y el océano en su quietud vuelve a parecer la misma mar dócil de casi siempre, el barco reanuda su actividad desde proa hasta popa y el marinero vuelve a repasar sus recuerdos, para ver si después de una gran sacudida siguen ahí. Y lo más probable es que ahí estén. Cuando la vida sigue (en realidad, la vida es una de esas pocas cosas que nunca se ha detenido), tras una gran tormenta solo flotan las consecuencias y los recuerdos.