omo el título de la famosa obra teatral de Tennessee Williams, “de repente, todos confinados”. Hoy, hace justo un mes, en la primera página de este diario informábamos de los primeros contagios de coronavirus en Euskadi. La noticia fue el principal titular de aquella jornada, por debajo de una gran fotografía de Januzaj celebrando el gol que sirvió para ganar al Valladolid en vísperas de la añorada semifinal de Miranda. Otras noticias completaban la página, informaciones que, en el contexto de lo que estamos viviendo, no tienen ya ninguna importancia. Pese a lo que sabíamos de China y lo que empezaba a llegar de Italia, seguíamos aferrados a esa nefasta asociación con la gripe, una idea que penetró hasta el fondo de nuestras mentes ignorando que para este familiar virus disponemos de la vacuna con la que soñamos para salir del atolladero. Mi intención inicial era hablar de otra cosa, romper con el menú único que servimos los medios en todo momento y lugar. ¿Pero es posible escribir y hablar de otra cosa? Debería serlo, pero no es fácil. Todos los días hay algo que sacude la actualidad. La sacudida de los sábados es la comparecencia del mando único, que sigue dando motivos para huir del centralismo invasivo. Sánchez dio ayer una vuelta de tuerca más al estado de alerta, del que solo se salvan los servicios y trabajos esenciales. En este grupo estamos los periódicos. Aquí seguiremos pese a que todo a nuestro alrededor parece que se desmorona. Toca resistir, y aunque sea un tópico, ya queda menos.