estas alturas debería estar camino de la costa mediterránea, a tomar el solete y coger base para el verano, que aún estoy muy blanco. Pero he cambiado los planes, así de golpe. El caso es que este puente lo paso en casa con la familia y para cuando ustedes lean esto, seguramente esté haciendo de profesor de mis hijos. Un día de retraso llevo. Los deberes de mi hija mayor, en tercero de Primaria, me traen por la calle de la amargura. Confinados en casa, no hemos tenido narices ni de hacer las tareas señaladas por la andereño en estos tres días y hoy nos toca hacer las de ayer. Y no digo que esté mal, lo único es que además de la tutora, una profesional como la copa de un pino, también le están enviando deberes la profesora de inglés y la de música, sí. Que si una canción para cantar y tal, pero toma correo. Otro más. Habrán notado ya que estos días uno no da abasto a leer mensajes en el móvil. ¡Menos mal que me compré uno chino, con antivirus y batería para aguantar cuarentenas! Total, que además, el pequeño, de seis años, también tiene deberes; y entre uno y otro, me andan como al balón en el Mónaco-Real Valladolid de la Recopa de Europa en marzo de 1990 (0-0): sin sentido, de un lado para otro. "Aita, aita...". Hay eco en casa. Luego prepara la comida y teletrabaja. A ver si mañana puedo ir a hacer pis.