pinchó la burbuja inmobiliaria y creció como lo hace en el horno un soufflé el precio del alquiler. Hasta tal punto, que ha llegado a generar un problema de emergencia habitacional establecido en nuestras vidas como algo cotidiano. Y claro, la alegría va por barrios. Hasta tal punto, que se perciben en la sociedad guipuzcoana, y de un modo especial en Donostia, dos sensibilidades opuestas. Están quienes suscribieron un contrato por el cual pagan en torno a 800 euros mensuales. Entienden que se trata de un precio razonable atendiendo a sus ingresos, más aún hablando de un derecho básico que, de aumentar la cuota, pasaría a convertirse en una soga. Y están quienes llegaron más tarde, los que pagan de 1.000 euros en adelante, que trabajan para abonar la renta y poco más. Estos últimos echan en cara a los primeros que son unos jetas por querer vivir sin someterse al mercado actual. Una guerra abierta entre ciudadanos donde no cabe la solidaridad, y un enemigo a batir que está ahí afuera frotándose las manos, que ha hecho suya la frase divide y vencerás. Las razones que alimentan la burbuja del alquiler poco o nada tienen que ver con las leyes de un mercado autorregulado. Hace falta un frente común ante el control oligopólico de unos cuantos especuladores y el silencio de las instituciones.