Claro, es oír lo de la oficialidad europea del euskera y a uno le sale decir instintivamente que sí, cómo no. Primero, por un apego emocional; y, segundo, por una legítima pulsión política. Sin embargo, elevada esa ilusión particular a derecho de todo hablante comunitario, se enfrenta a una limitación objetiva: la inclusión de todos los idiomas dificulta muchísimo el trabajo de las instituciones. Y además choca con una paradoja indignante: para qué quiero hablar basque en Bruselas si de hecho no lo puedo usar en el Batzoki y la Casa del Pueblo de mi barrio. En eso, las Herrikos son más consecuentes.
Aceptemos, aún y todo, que sí, que pa’lante. Que, pese a ser allí poco viable y aquí contradictorio, la empresa lo merece por las dos primeras razones, la sentimental y la ideológica. A tope con ello. El problema es que otros países y partidos carecen de la primera y, sobre todo, se oponen a la segunda. Siendo evidente que la petición forma parte simbólica del proyecto nacionalista, se comprende que sus adversarios la rechacen. Siendo aún más evidente que para el socialismo constituye un trágala para mantenerse en el poder, también se entiende que quien desee tumbar al Gobierno aborte la propuesta.
Puestos a soñar, a mí me encantaría que no se usara la lengua, ninguna lengua, para estas trifulcas electoralistas. Y sí, es innegable que el nacionalismo ha servido para mantener una causa cultural justa, el mantenimiento del euskera. Y hay que reconocerlo y aplaudirlo. Pero mejor no servirse del euskera para mantener una causa política, sea el nacionalismo, sea el socialismo. A Sánchez lo de Sánchez y a Axular lo de Axular.