Entendederas
Es digno de estudio el cariño que profesan los españolistas a la dialectología vasca
Al principio Carlos Boyero no pillaba “el argentino” de El Eternauta, y tuvo que añadir subtítulos. A Carles Francino le ocurrió igual, así que sentí cierto alivio porque yo sufrí el mismo problema. En realidad, pasa con bastantes series y películas. Hasta habituar el oído cuesta comprender a algunos actores, sea por su acento, su chicle o su dicción. Hace años los cines exhibieron La vendedora de rosas con subtítulos. La jerga paisa malota no está al alcance de cualquier gonorrea. Y no hay que irse tan lejos. En los bares andaluces a menudo he de repetir al camarero “una caña, por favor” porque me zampo letras y rajo rápido, a lo norteño. Luego con la segunda todo fluye, como en El Eternauta a partir de la segunda escena o capítulo.
Sucede un fenómeno similar con el euskara. Y no me refiero a esa supuesta ininteligibilidad entre vecinos de valle, tan alabada por quienes, paradójicamente, arremeten contra el batua. Qué hermoso es que no se comprendan esos labriegos a los que de hecho tampoco nos interesa comprender, parecen pensar. Es digno de estudio el cariño que profesan los españolistas a la dialectología vasca. Lo suyo con el mapa de Bonaparte es una historia de amor y odio, según miren las isoglosas internas o la frontera externa.
Salbuespenak salbuespen, los vascoparlantes también nos entendemos si nos queremos entender, si no a la primera, a la segunda. Tanto los de los famosos valles, por lo visto unos inútiles, como los listillos de las llanuras. Se agradecen, claro, los subtítulos entre un herrero suletino y un soldador eibarrés, pero vamos, también para entender a los bonaerenses de la serie, y no hablaban lunfardo. Sentimos la exclusiva.