Seamos sinceros. ¿Cuántos de ustedes, gente interesada en la actualidad y razonablemente ideologizada, vieron el discurso de Felipe VI, siquiera para criticarlo? ¿Quién, perdida la ocasión de escucharlo en directo porque se eternizó el tardeo o le quemaba la octava croqueta, buscó al día siguiente información al respecto en Internet o esperó comiéndose las uñas al telediario para saber qué contó el monarca en su minuto de gloria? Ni el tato.

El Eurobarómetro de otoño preguntó a los españoles por los dos temas más importantes que el país afronta en este momento. La monarquía ni aparece entre los quince elegidos. En la última encuesta del CIS la cuestión fue más personal: “¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?” Nada, ni aún así. En una lista de cincuenta, la monarquía ocupa el cuadragésimo quinto puesto y porque lo cita alguien que ni vota. Ningún paisano de ningún partido, a izquierda y a derecha, de una nación o de otra, lo incluye entre sus cuitas. ¿Y el quincuagésimo? Tampoco.

Eso, claro, no significa que la peña esté a favor de reyes y reinas, ni que esté en contra. Y no quita legitimidad al deseo de un referéndum ni pertinencia a un debate sobre el asunto. Pero quizás es hora de asumir que las loas y denuestos mediáticos a fecha fija, todos estos análisis y glosas navideños, son cosa nuestra, siempre la misma, tan previsible como el discurso. Y digo yo que lo suyo sería seguirle menos las gracias o las prédicas, usted elija, vamos, lo que sabiamente hace el peatón común. Ayer subieron las peras conferencia, y parece que a nadie le importa.