Que un partido en Navarra pida el voto en ocho lenguas y ninguna sea la vasca no es fruto de la amnesia ni del descuido: se trata de un ninguneo enfático y abusón. Porque esa ausencia sectaria está en realidad muy presente, y expresa más que las meras palabras. Siendo sinceros, la exclusión del euskara en un cartel de Lodosa no limita la comprensión del texto. Pero a cambio tiene un objetivo ideológico, y lo que limita es la comprensión del prójimo. No sé qué es peor.
Y es que, diga lo que diga la ciencia, el idioma no es un simple instrumento de comunicación, ni tiene por qué serlo. Si fuera sólo eso bastaría manejarnos en el mayoritario, que por estos pagos es uno, claro, pero en el mundo son otros. Recuerdo esta obviedad a los que aman lo práctico casualmente cuando lo práctico es lo suyo. Así cualquiera. De hecho, esto del euskara inexistente no revela un conflicto entre lenguas sino entre paisanos, una falta básica de educación, de complicidad, de tolerancia, y un rechazo explícito a compartir el espacio con el vecino distinto, a respetarlo con sus legítimos afectos identitarios y culturales. ¿Es preciso tomar cada cesión simbólica como una derrota? ¿Acaso no hay vida entre el abrazo y el pisotón?
Yehuda Amijai sugirió que un idioma es un paisaje. Elegir ocho – ahí es nada- desdeñando el euskara dista de ser una apuesta por la diversidad. En verdad es la opción chulesca del fotoshop, el pixelado, el típex, el blanco y negro, la podadora, la motosierra, la brocha gorda, es en suma una desconsideración muy significativa. Tal como describió el maestro, convivir convivimos, pero no nos queremos. Ni de lejos.