Euskal Herria y su entorno más cercano esconden un legado arquitectónico que habla de batallas, linajes, reyes y fronteras. Aunque no es lo primero que se asocia con Euskal Herria, los castillos, torres y fortalezas que salpican sus paisajes son una invitación irresistible a viajar en el tiempo. Desde las costas de Bizkaia hasta las colinas de Navarra, pasando por los viñedos de Álava y los acantilados de Iparralde, esta ruta recorre algunos de los castillos más espectaculares, ideales para una escapada con historia, naturaleza y vistas de altura.
Fortalezas entre bosques en Bizkaia
Bizkaia es tierra de mar y de montes, de acantilados salvajes y caseríos centenarios, pero también de castillos que resisten el paso del tiempo con una dignidad casi mágica. En el corazón de la Reserva de Urdaibai se alza el Castillo de Arteaga, una joya neogótica del siglo XIX construida sobre una antigua torre medieval y convertida hoy en un hotel con aires imperiales, pues fue mandado reconstruir por Napoleón III y Eugenia de Montijo. Muy cerca, en Galdames, el Castillo de Concejuelo (Torre Loizaga) mezcla piedra y motor, con su colección de coches clásicos que incluye todos los modelos de Rolls-Royce entre 1910 y 1990, en un entorno que combina tradición y elegancia.
En Muskiz, el Castillo de Muñatones conserva el sabor más medieval, con sus muros robustos del siglo XV que alojaron a Lope García de Salazar, cronista y señor de armas, y que hoy respiran historia en cada esquina. Por su parte, el Castillo de Butrón, en Gatika, es quizás el más icónico de todos, con su silueta de cuento entre árboles centenarios. Aunque no se puede visitar por dentro, su estampa romántica lo convierte en parada obligatoria para los amantes de la fotografía y las leyendas. Más discreto pero con unas vistas espectaculares, el Castillo del Príncipe o Fuerte de La Galea, en Getxo, fue levantado en el siglo XVIII frente al mar.
Mar y montaña en Gipuzkoa
Gipuzkoa no tiene tantos castillos como otros herrialdes, pero los que se conservan son auténticos tesoros que hablan de su carácter fronterizo y marinero. En Hondarribia, el Castillo de Carlos V domina la bahía con su poderosa presencia. Aunque su origen se remonta al siglo XIII, fue el emperador quien le dio su aspecto actual, con una mezcla de estilos gótico y renacentista que hoy alberga un elegante parador.
En lo alto del monte Urgull, el Castillo de la Mota vigila Donostia desde el siglo XII. Sus muros, perfectamente integrados en la roca, son testigos de siglos de defensa de la ciudad, y su torre del homenaje es uno de los iconos del skyline donostiarra.
En Getaria, el monte San Antón alberga una fortificación conocida como el Castillo de San Antón o el ratón de Getaria, desde donde se protegía la villa marinera y se controlaban las rutas del Cantábrico.
Más al interior, en Eskoriatza, las ruinas del Castillo de Aitzorrotz se asoman desde un espolón rocoso sobre la frontera natural con Álava. Aunque apenas se conservan restos, su emplazamiento estratégico y sus vistas lo convierten en una experiencia inolvidable.
Torres y silencio en Álava
En el paisaje más interior de Euskal Herria, Álava ofrece un tipo de castillo más sobrio y conectado con la tierra. Entre riscos y laderas, aún sobreviven varias fortalezas que nos recuerdan el carácter fronterizo de esta provincia en la Edad Media.
Sobre una peña casi inaccesible, el Castillo de Lanos o de Ocio domina la localidad de Zambrana con su aire legendario. Aunque en ruinas, su torre del homenaje y sus muros de arenisca aún dejan entrever su antiguo poder defensivo.
En Barrundia, el Castillo de Guevara fue en su día la residencia de uno de los linajes más importantes de Álava, los Guevara y los Oñate. Hoy apenas quedan sus cimientos, pero el lugar conserva la memoria de guerras carlistas y de antiguos patios de armas.
En Zambrana se alzan las murallas del Castillo y la villa de Portilla, una de las joyas ocultas del patrimonio medieval vasco. Construido por Sancho III el Mayor en el siglo XI como bastión navarro frente a Castilla, fue abandonado en el XVI pero recuperado en años recientes gracias a un proyecto premiado por su valor patrimonial. Sus ruinas, la iglesia románica, el caserío amurallado y las vistas sobre la Sierra de Cantabria y el valle del Ebro lo convierten en una de las paradas imprescindibles en esta ruta alavesa.
Navarra, tierra de reinos y guerras
Si hay una tierra que sabe de castillos, esa es Navarra. Antigua frontera entre reinos, esta comunidad conserva algunas de las fortalezas más impactantes de la península. El Palacio Real de Olite es su emblema máximo, una fantasía gótica del siglo XV que fue residencia de los monarcas navarros y que hoy deslumbra por sus torres, jardines y salones de cuento.
No menos simbólico es el Castillo de Javier, fortaleza del siglo X y cuna de San Francisco Javier, copatrono de Navarra. Su rehabilitación permite recorrer su puente levadizo, sus mazmorras y sus torres, siendo además centro de peregrinación cada marzo en las tradicionales Javieradas.
El Castillo de Marcilla, de ladrillo rojo y foso profundo, mezcla leyenda e historia, pues se dice que guardó la espada Tizona del Cid. Hoy restaurado, acoge el Ayuntamiento y mantiene su esencia defensiva.
En la frontera con Aragón se alza el Castillo de Cortes, que combina arquitectura medieval con reformas decimonónicas, y que conserva muralla, torre del homenaje y un evocador patio de armas.
Por su valor histórico, el Castillo de Amaiur, en el valle de Baztan merece mención aparte. Fue el último bastión del Reino de Navarra frente a Castilla en 1522, y aunque hoy solo quedan ruinas, un monolito y un museo recuerdan su lucha.
Por último, en la ruta jacobea se encuentra el Castillo de Monjardín, de origen romano y conquistado por Sancho Garcés en el siglo X, cuya subida regala una de las panorámicas más bellas de la región.
Viñedos, acantilados y ciencia en Iparralde
En Iparralde, los castillos combinan romanticismo, ciencia y tradiciones nobles. En lo alto de un acantilado en Bidart se recorta la silueta del Castillo de Ilbarritz, un palacio excéntrico del siglo XIX construido por el barón de l’Espée, que aunque no se puede visitar por dentro, impresiona desde la playa con su arquitectura señorial.
En Hendaia, el Castillo de Abbadia es uno de los más sorprendentes, tanto por su exterior neogótico como por su interior decorado al estilo oriental, con biblioteca, observatorio astronómico y elementos que reflejan la vida del científico y explorador Antoine d’Abbadie.
Más al interior, en el corazón de Zuberoa, se encuentra el Castillo de Maule, una fortaleza del siglo XII que domina el valle desde una colina estratégica y permite disfrutar de vistas únicas de los Pirineos.
En Bidache, el Castillo de Gramont narra seis siglos de historia de la familia que le da nombre, con una torre del siglo XV y recreaciones medievales en verano que lo convierten en una visita cultural ideal.
Por último, el Castillo de Urtubie, en Urrugne, es un elegante edificio del siglo XIV que ha sido ampliado a lo largo de los siglos y que hoy se puede visitar, tanto por sus salones interiores como por sus jardines de seis hectáreas con rosaleda y plantas medicinales.