En el PP no hay manual del ridículo. Solo así puede explicarse la diaria negligencia rampante de Mazón y sus burdas excusas, el abominable interrogatorio fiscal de Dolors Montserrat a Teresa Ribera, la yenka declarativa de Feijóo sobre la dana o la (de) construcción de un alucinógeno relato buscando una imposible exculpabilidad. Sencillamente, una derecha aturdida. Deambulada turbada al sentir erosionados los cimientos de su credibilidad, de su músculo gestor, de su propia responsabilidad en definitiva. Además, ocurre en un territorio político siempre fetiche para sus intereses, travestido ahora en pájaro de mal agüero.
En Valencia, el PP está atrapado en la madeja de sus incompetentes gestores. Y quiere escaparse afanosamente, enfangando a otros, incluso en Europa, para que la riada del desprestigio se desvíe sin mojar a Feijóo. Ahora mismo lo tiene muy difícil, aunque ya empieza a reclutar voluntarios para la causa, sobre todo en su batallón mediático madrileño siempre engrasado.
Desde estas trincheras disparan sin mirar. Les da igual apuntar contra una Confederación Hidrográfica, el PSOE, Aemet, la cobertura del móvil o el agua hervida. Algunas disculpas disuasorias sonrojan por descabelladas y embusteras. Pura desesperación ante los sonoros decibelios de la rebeldía callejera, del dolor de las víctimas y, por supuesto, de los clamorosos agujeros de su argumentario defensivo, cosido a remiendos y desmontado a la media hora por la vía de hechos irrefutables.
Tampoco es menos cierto que el Gobierno central asiste complacido en silencio a la pira inapelable de Mazón desde que intuyó la magnitud de la tragedia. Bien podría haber hecho Sánchez mucho más. Sobre todo, más rápido y efectivo vista la inoperancia autonómica. Con todo, el reparto de culpas nunca podrá ser equitativo, aunque los populares se empeñen. De momento, las bofetadas que el PP viene recibiendo, una vez superado el acotado tiempo de tregua política, resuenan atronadoras. Algunos testimonios escuchados en el Congreso y en las Corts helaron las conciencias más descreídas.
Quedará en los anales del Parlamento europeo la cruzada contra Teresa Ribera. La desaforada diatriba de Montserrat para desacreditar la candidatura española de la elegible vicepresidenta europea sobrecogió. Le perdieron las formas y el fondo a cambio de una victoria pírrica que, en puridad, desnuda los bajos instintos de la desgarradora polarización a la que asistimos y en el peor momento para la UE. La escena, no obstante, tiene precedente. En 2014, Sánchez ordenó una caza de brujas similar en el examen al futuro comisario europeo Arias Cañete, propuesto por el Gobierno Rajoy. El líder socialista exigió el veto. Un disciplinado José Blanco secundó la consigna. Curiosamente, su actual socio de despacho lobista Alfonso Alonso se lo recriminó desde su condición entonces de portavoz popular. Ahora bien, a ninguno de los dos les interesaría quedarse ahora sin una referencia tan valiosa.
Revuelta fiscal
Enmarañado en evadirse de la catástrofe levantina, ni siquiera puede el PP asomar la cabeza para rentabilizar el divorcio inoculado en la mayoría de la investidura por culpa de la discrepancia fiscal. Una ruptura lógica por el comprensible cruce de posiciones ideológicas encontradas entre partidos tan distintos cuando encaran cuestiones tan nucleares. Una cosa es la unidad en el rechazo democrático a la derecha y otra discrepar sobre el mercado.
Por estas sensibles diferencias de difícil reparación, el Gobierno arrastra penosamente su pasmosa debilidad. La nueva marejada alcanza proporciones tan sensibles en su eco que la comparecencia de Begoña Gómez ante la Asamblea de Madrid ha visto relegado su morbo. Posiblemente, porque en esta ocasión no hubo tanto hueso para roer a pesar de esta descarada triquiñuela urdida por el clan Ayuso-MAR. Eso sí, no hay tregua en el rastreo despiadado de las torpezas de la mujer del presidente y de sus ayudantes.
Tampoco la ruptura cainita en la teórica izquierda transformadora ayuda a disimular la inestabilidad del proyecto sanchista. El incruento viacrucis de Sumar desborda los efectos de cualquier maldición. Los ataques indiscriminados contra Yolanda Díaz dibujan una enervada caza de brujas donde IU y Podemos abanderan una ofensiva imparable. Las gruesas descalificaciones de Montero y Maíllo sobre la vicepresidenta auguran una belicosidad venidera sin límite. Quizá la manera más ridícula y rápida de entregar el poder al PP.