Galicia sigue siendo de derechas. Por lo menos, cuatro años más. El PP, sostenido en una confortante mayoría absoluta, aunque recortada, recupera el aliento y se recompone del sudor frío que le perseguía en las últimas horas. Acaba sonriendo, en la Xunta y en Génova, tras digerir a duras penas el mal trago por los devaneos de Feijóo con Puigdemont, tan torpemente explicados. En cambio, Pedro Sánchez, que se había volcado con la fundada esperanza de asistir al sorpasso, encaja una triple derrota. Asiste contrariado a la victoria más que suficiente de Alfonso Rueda, a quien considera un simple recadista; siente en su cara política la debacle del PSG; y, por si fuera poco castigo en un solo día, ve estrellarse a su socio de gobierno, Sumar, incapaz de arrancar siquiera un escaño en la tierra de su lideresa. Quizá anoche comenzó la precampaña de las europeas. El aviso de estas urnas suena serio para Moncloa.
Planteado este 18-F como un examen para Feijóo, sobre todo desde las orquestadas voces madrileñas de la izquierda, cabe concluir que el presidente del PP, a pesar de sus errores, sigue de dulce. Tres de tres en las citas electorales desde que aterrizó apresuradamente en Madrid, aunque en su fuero interno siempre le corroerá la profunda desazón de verse convertido en un ganador sin trono. El presidente de los populares ha salvado su cabeza. Bien sabía él desde aquella maldita pulpería nocturna en la caravana de periodistas que le acechaban los carroñeros. Se apilaban los cuchillos para cobrarse la pieza. Tendrán que esperar sus enemigos. Posiblemente, además, durante bastante tiempo una vez salvado este envite agónico. El presumible desastre vasco que se avecina está amortizado como ya es habitual en el cálculo de los conservadores y, luego, en las europeas el viento soplará previsiblemente de su lado. Cielo despejado. Por contra, nada será igual en el PSOE.
Para sacudirse el elocuente desastre gallego, Sánchez siempre podría recurrir al vertiginoso ascenso de la meritoria candidata del BNG, apropiándose del voto transversal. Nada más engañoso que elegir una disculpa ciega. Los socialistas han visto incrementado el castigo al que venían acostumbrándose. Desde que salieron de aquel gobierno coaligado de 2005 solo dan bandazos hacia la pendiente de la insignificancia. Tampoco es descartable que su líder les haya empujado desde Madrid. Las concesiones a los independentistas siempre resultan hirientes en sociologías como el tradicionalismo gallego.
Con los datos en la mano sobre el nuevo paisaje en la Xunta, Sánchez debería hacérselo mirar. Ahora ya existe una primera evaluación ciudadana, sin CIS de por medio, a su política de pactos y de juegos malabares de la actual legislatura. Más aún: el presidente no ha sido ajeno a la campaña en Galicia. Su arrojo y lógica ambición le hizo intuir una oportunidad diáfana de dar jaque mate a Feijóo sobre todo cuando se percató del estruendoso patinazo de los populares jugueteando con Junts. Ni siquiera le importaba convertir a su partido en actor secundario de Ana Pontón. Inusual en él, esta vez ha errado en el cálculo.
A partir de ahora
Con la victoria en su tierra y la explícita derrota socialista, Feijóo verá rearmada su estrategia de aguijonear la solvencia de un Sánchez entregado a la voluntad independentista. Como si nadie le afeara su enredo buscando los votos de Puigdemont. El desgaste de escaños perdidos queda reducido a un simple rasguño. Por todo ello, su acoso no se hará esperar. Mucho menos tras conocer que el PSOE, agobiado, ha vuelto a pedir más tiempo en la desesperada búsqueda de un acuerdo sobre la ley de amnistía que complazca a sus futuros beneficiados.
Un auténtico dolor de cabeza semejante al batacazo sufrido por Sumar, que se queda sin representación en su estreno. Un patético aislamiento institucional, solo comparable al de VOX, que sigue tropezando en la misma piedra, y al transitar desquiciado de Podemos. La izquierda progresista naufraga aceleradamente cada vez que hay un examen electoral. El cacareado proyecto de Yolanda Díaz, que recibe otro rejón hiriente, solo tiene el abrigo de su presencia en el gobierno central de coalición. En Moncloa ya hay turnos para el diván.