Puigdemont se la ha dejado botando a Sánchez. Eso sí, la pelota quema. Pero el líder socialista es un osado. Cuando se trata de mantener el poder, queda demostrado que jamás se para en barras porque carece de escrúpulos. Además, ha detectado, con la misma sorpresa que la mayoría, que aquella verborrea amenazante de pie en pared contra el Estado opresor en el procés, aquellas ínfulas por arrancar a España la independencia con la fuerza de la calle son bravatas de un intento fallido, aunque permanezca latente y en voz baja. De hecho, ahora el caudillo de Junts hasta abraza la fórmula de la negociación con el Gobierno de Madrid como una válvula de posible entendimiento sin temor alguno a ser considerado tan botifler como cuando los suyos increpaban por el mismo motivo a cualquier dirigente de ERC. La puerta de la investidura del líder socialista queda bastante abierta. Sin embargo, el auténtico nudo gordiano radica en cómo encajar las exigencias para el acuerdo. Y es ahí donde empiezan a romperse las costuras, aunque no todas.

La izquierda española ha resucitado a un cadáver político. Puigdemont vagaba como alma en pena hasta la noche del 23-J. El icono de la nostalgia. El president imposible acosado por las togas. En cambio, en un abrir y cerrar de ojos, inmerso en una progresiva caída electoral, sin pelo institucional rimbombante, y con el simple impulso de 400.000 votos, queda erigido desde Waterloo como el único salvador de una patria a la que, fundamentalmente, odia. La ocasión nunca imaginada. Otra vez sintiendo con agrado un ataque fundado de megalomanía rodeado de cámaras, micrófonos, wasaps por doquier y visitas implorando su magnanimidad como la de Yolanda Díaz que erizan la paciencia de un sinfín de críticos, absortos por la nueva realidad política. El auténtico polo de atracción de la Diada del próximo lunes. El terreno mejor abonado para que la petición de amnistía sea un clamor bajo la instrumentalización de la poderosa ANC, siempre vigilante de las esencias y de las tácticas a aplicar. Por eso no debería olvidarse su petición de que inmediatamente al día siguiente de la ley del perdón llegará la exigencia del referéndum de autodeterminación. Bien saben ellos que tienen en su mano la duración de un futuro Gobierno español.

Puigdemont se regodea. Le han susurrado al oído que la amnistía tiene encaje constitucional, desoyendo otros enardecidos tambores de guerra cada vez más sonoros en su contra. Son aquellos los mismos aduladores que ya tienen trazada la hoja de ruta de un proyecto de ley que imaginan aprobado por la vía rápida en el Congreso en apenas 30 días y que garantiza el respaldo necesario a la investidura de Sánchez. Conseguido este propósito, que rabie el Senado, la mayoría del PP, el felipismo y el séquito del 78. Ladran, luego cabalgamos, dirán. Por eso Maritxell Batet, consciente de esta envolvente, no ha dudado en irse tras ser vetada por los independentistas.

Ahora bien, la sumisión al trágala de Puigdemont recibe el repudio de amplios sectores políticos y jurídicos, desencajados cuando no indignados por el alcance de tal maniobra. Sánchez hará oídos sordos. París bien vale una misa, dicen en La Moncloa y con menos entusiasmo en muchas Casas del Pueblo. Al presidente siempre le quedará la disculpa de que la proposición de la ley de amnistía partió desde el Congreso, habida cuenta de que un Gobierno en funciones no tiene competencias para hacerlo. Y en el caso de que la marea alcance cotas desbordantes por inasumibles, el rechazo que conduciría a una repetición electoral le acabaría favoreciendo.

Feijóo deambula desencajado. Sin nadie que le quiera más allá de Vox porque la conveniencia le obliga, el candidato del PP a la investidura se sigue resbalando. Posiblemente dice lo que piensa cuando anhela la búsqueda de un encaje territorial para Catalunya, consciente de que su ideal dista mucho del que negociarán en un día no lejano Sánchez y su séquito. Sabe que es un talón de Aquiles para el Estado y, sobre todo, para la suerte de su partido. Anatema para esa sarta de halcones en su partido y en los medios bien adiestrados por la doctrina ayusista, aferrados interesadamente a la política intransigente del palo y tiente tieso. Desde estos sectores le fuerzan a rectificar con el alto coste de devaluar por enésima vez la consistencia de su presidente. Quizá a Feijóo le resulte más rentable sentarse a contemplar cómo aumenta el desgaste de su rival aceptando el laborioso encaje de las exigencias de Puigdemont. El consuelo del derrotado.