Se me quedó cara de pasmo ayer al escuchar al ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno español en funciones dar por zanjado lo que él mismo calificó como “acto inamistoso” de la embajada de Israel en Madrid, que no tuvo empacho en poner de chupa de dómine a las representantes de Podemos en el Ejecutivo. Con lo bien que estuvo el comunicado inicial en que Moncloa venía a mandar a esparragar a la legación hebrea por su pasada de frenada, tuvo que llegar el inconsistente José Manuel Albares a templar gaitas. Y no sólo eso: fiel a su natural sumiso, tuvo que contentar a los representantes del régimen de Tel Aviv afirmando que su compañera de gabinete Ione Belarra “no es voz autorizada para hablar de política exterior”. Fíjense que se puede estar de acuerdo con tal consideración. Lo que ya es más feo es que se diga en público. Con socios así (aunque sean por poco tiempo), quién necesita enemigos. Y conste que escribo esto desde el más bien poco o nulo acuerdo con las posturas manifestadas por Belarra y otros compañeros de formación respecto a las matanzas cruzadas entre Hamás e Israel.

Una investidura en punto muerto

Y mientras, como esa propuesta culinaria tan de moda, la investidura de Pedro Sánchez se cuece en una bolsa de plástico a baja temperatura. Desde que el viernes terminó la ronda de contactos con esa foto tan comentada como amortizada del aspirante junto a los representantes de EH Bildu –los únicos que le tienen garantizados los votos–, la noticia es que no hay noticia. A tal punto, que ayer quedó en la cola de la actualidad la reunión que mantuvo Sánchez con sus siete negociadores de confianza. Todo lo que tuvieron los plumillas a la salida del encuentro fueron unas declaraciones de aliño del replicante de Núñez Feijóo en la investidura fallida del gallego. Según Óscar Puente, su jefe les transmitió su convicción de que seguirá durmiendo en La Moncloa. Eso, sin pronunciar la palabra amnistía, aunque sí mentando a Junts para asegurar que, pese a todo, los contactos con los soberanistas catalanes fluyen razonablemente bien. Por supuesto, hablar de una fecha sigue siendo una quimera, aunque el calendario corre.