Castillos en el aire

– Qué lejos quedan los vaticinios (de apenas anteayer) de los grandes gurús del análisis político que daban por seguro una especie de tique entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Los más infalibles lectores de tripas de pollos vaticinaban que, llegadas las elecciones generales, el presidente español y su vicepresidenta segunda se repartirían el percal de izquierdas. Los votantes más tradicionales se decantarían por el PSOE y los que le piden un poco más de cayena a la vida optarían por Sumar. Un win-win, que dicen los finos, que conllevaría un reparto de los sufragios de modo que, ¡alehop!, en el momento de contarlos, la aritmética determinaría un nuevo “gobierno de progreso”, sólo que mejorado, porque Díaz resultaba infinitamente mejor compañía (más leal, menos atrabiliaria) que Montero y Belarra o viceversa. Todos esos castillos en el aire se fueron al suelo en la madrugada del 28 al 29 de mayo. El tsunami azul provocó el giro copernicano de Ferraz-Moncloa. Se convocaban elecciones para ya mismo con una consigna clara: el PSOE es la única izquierda posible.

Díaz lleva la iniciativa

– Así que, pese a la sonrisa inicial, ahí se quedó colgada de la brocha Yolanda Díaz. Perdía el abrigo de su mentor y tenía menos de dos semanas para armar la alternativa. Lo cierto es que no se arredró. Tardó menos de 24 horas en registrarse como partido instrumental y se puso en modo arca de Noé para ir acogiendo bajo su protección a los mil y un ejemplares sueltos de formaciones que se dicen progresistas, desde las que tienen cierta pujanza electoral hasta las que apenas son una siglas latentes. Pero todo era bueno para el convento y, sobre todo, para que el bulto resultara a ojo de buen cubero bastante más voluminoso que el de Podemos. No había dudas en ese sentido, pero si cupieran, el batacazo de los morados las despejaban del todo: el liderazgo de la candidatura de unidad le correspondía a Díaz.

Veneno

– Eso implica que es ella quien pone las condiciones. Una de las más razonables es que las listas no estuvieran compuestas en sus lugares de salida por personas que provocan más rechazo que aceptación entre los posibles votantes. Y no hace falta disponer de un máster de politología para saber que ahora mismo tanto Irene Montero como Ione Belarra –no digamos, Pam o Pablo Echenique– son lo que en el Hollywood clásico se denominaba cruelmente como “veneno para la taquilla”. Y ya puede Pablo Iglesias vomitar todos los cagüentales que le salgan de la boca o amagar con falsas listas conjuntas con ERC, que las habas están contadas.