Buena noticia para la diestra

– Las terminales mediáticas diestras amanecieron ayer con aires de fiesta. Tenían varios motivos de celebración. Primero, festejaban que los dos socios del Gobierno español anduvieran tirándose los trastos a la cabeza por el retraso en la tramitación de la llamada ley trans. La acritud de la reacción de Unidas Podemos fue objeto de mofa y befa. Con indisimulada delectación, se subrayaba que el PSOE se había apoyado en PP y Vox para mantener la norma en el frigorífico. El ruidoso anuncio de Carla Antonelli de romper su carné socialista contribuyó no poco al jolgorio. Pero la guinda fue el propio hecho del frenazo a la norma. Según la interpretación cavernaria más extendida, la amplia contestación del feminismo histórico, y especialmente dentro de sus propias filas, habían hecho entrar en razón a Ferraz sobre la inoportunidad de promulgar una ley antipopular cuando hay varios procesos electorales a la vuelta de la esquina.

Demagogias fuera

Personalmente, creo que esos análisis pecan de optimismo. En el peor de los casos, solo estamos ante el clásico tacticismo socialista. Se aguarda a que remita el temporal o a que se den unas circunstancias favorables para tomar la decisión que estimen más conveniente. Ahora mismo, hay tantas posibilidades de que la ley se quede indefinidamente en el limbo hasta nueva orden como de que se tramite y apruebe dentro de dos semanas. En todo caso, y más allá de la brutal demagogia cruzada que se está vertiendo respecto a esta cuestión, quizá proceda hacer de la necesidad virtud. El parón puede ser bueno para reflexionar honestamente sobre la delicadísima materia respecto a la que se pretende legislar. Para ello, es conveniente apearse de los dogmatismos maximalistas y de los lemas pancarteros de aluvión.

No solo transfobia

Es rigurosamente cierto que la derecha, tanto la extrema como la que se finge moderada, ha convertido en bandera el asunto y se engolfa en agarrarse a las consignas más rancias para negar los derechos de las personas transexuales. Sin embargo, también es una realidad esférica que muchísimas de las personas a las que identificamos desde hace décadas con el pensamiento progresista han mostrado no pocos reparos respecto a varios de los aspectos de la ley trans. Sería un enorme error desdeñar esas opiniones o atribuirlas a no sé qué pelea de familia del feminismo tradicional y el moderno. Máxime, cuando esos recelos e incomprensiones se manifiestan también a pie de calle entre votantes de izquierda a las que es abiertamente injusto calificar como transfóbicos.