Un instante - Las imágenes son hipnóticas. Las habré visto una veintena de veces y no soy capaz de interpretar exactamente lo que está pasando en ese instante indescriptible que pudo haber sido el último de la vida de Cristina Fernández de Kirchner. Parece que la vicepresidenta argentina ni es consciente de que hay una pistola frente a su rostro. ¿Llegaría a captar el momento en que se le encasquilla al tipo que la empuña? Si fue así, ¿qué se le pasó por la cabeza? O, en cualquier caso, ¿qué pensamientos le están invadiendo al recordarlo y al verse a sí misma en la tremenda grabación? 

Mentalmente sano - Al otro lado del espejo está Fernando André Sabag Montiel, el asesino fallido. O presunto asesino fallido, porque los tecnicismos judiciosos obligan a tratarlo como tal, aunque el mundo entero lo haya visto dirigiendo el arma a la cara de Fernández. Apenas un par de horas después de su magnicidio afortunadamente pifiado, lo sabíamos casi todo sobre él: que tiene 35 años, que es de origen brasileño, que recibe los alias de Tedi y Salim, que es violento y que está vinculado a organizaciones neonazis del país austral. Claro que el dato fundamental es que se trata de una persona mentalmente sana. Cae, por tanto, la teoría del perturbado de la que se suele echar mano para quitar gravedad a episodios como el del jueves por la noche en Buenos Aires. A Sabag no se le cruzaron los cables. Aparte del narcisismo que, por lo visto, ya tenía acreditado, había concebido el asesinato de la vicepresidenta con un propósito ideológico

Un polvorín social - Eso nos sitúa en la realidad política y social de un país que, a un océano de distancia, nos cuesta mucho comprender más allá de los tópicos habituales o las informaciones que seguimos de refilón. Como contaba ayer Martín Caparrós en El País, casi la mitad de sus compatriotas viven bajo el umbral de la pobreza y llevan años haciendo frente a recortes sanitarios o educativos sin cuento o subidas de hasta el cien por cien de varias tarifas públicas. Un polvorín en toda regla que se traduce en una encarnizada polarización partidista que en las últimas semanas se había visto aumentada por el inminente juicio por corrupción a la propia Cristina Fernández. Se le acusa, y con indicios contundentes, de haberse enriquecido desde los tiempos en que gobernó su difunto marido en una cantidad que oscila entre los 1.000 y los 2.500 millones de euros, ya ven qué margen. El temor del gran escritor bonaerense es que el intento de asesinato de la viuda de Néstor Kirchner desvíe el auténtico debate sobre la situación de miseria en el país