an pasado diez años desde que la coalicion Euskal Herria Bildu naciera para rescatar el proyecto de la izquierda independentista ilegalizada por la Ley de Partidos. Soslayar aquella barbaridad requirió de un proyecto de concentración de fuerzas que se definían como socialdemócratas (Eusko Alkartasuna), marxistas internacionalistas (Alternatiba) y socialistas independentistas (Sortu). Pero la amalgama se resume en los principios de la formación heredera de la izquierda independentista ilegalizada y en la presencia de representantes de Sortu en 12 de los 17 cargos ejecutivos de la coalición, cuya renovación inminente comienza por ratificar a Arnaldo Otegi como coordinador general. Su ansia de liderazgo para el país ha tenido que digerir reiteradamente la preferencia ciudadana concitada por el PNV en las Juntas Generales de los territorios y el Parlamento de la Comunidad Autónoma Vasca y por su estatus de cuarta fuerza en la Cámara foral navarra, por detrás de Geroa Bai. En cualquier caso, su proyecto político está plenamente consolidado y acredita un potencial mayor al que le aporta su gestión pasiva de la oposición. Las dinámicas de choque y su tono agresivo y descalificante son herencia directa de viejas fórmulas que le alejan de la capacidad de influir tanto como se acercó a ella con su versión precedente -Bildu- cuyo tono moderado y actitud propositiva quedaron desmentidos y castigados por los electores al constatar sus prioridades y capacidad de gestión tras haberla ejercido en la Diputación de Gipuzkoa y multitud de municipios. De la moda de la política líquida no ha escapado ni en la fluidez de su discurso -de la criminalización y el señalamiento del PSOE a la colaboración activa con Sánchez; complacencia que contrasta con la crispación constante que dispensa al Gobierno Vasco- ni en la utilización de la posverdad. El último año de pandemia ha sido pródigo en esta estrategia, que ha necesitado enterrar mensajes a medida que la gestión de la enfermedad vaciaba sus eslóganes -de los cierres de los centros de trabajo y educativos al reproche de falta de medios para vacunar, pasando por la crítica a la gestión de las segundas dosis, cuando ahora la CAV supera la media del Estado-. A la vista del éxito electoral en Madrid del discurso populista y simplificador de Ayuso, nada anima a pensar que este nuevo vicio no se consolide.