l envío y recepción ayer de una carta amenazante que contenía una navaja en apariencia ensangrentada dirigida a la ministra de Industria, Reyes Maroto, es un hecho gravísimo, tan repugnante como significativo. Esta nueva carta, enviada -conviene recordarlo- en plena campaña electoral para los comicios de Madrid, unida a las otras tres misivas de similar carácter intimidatorio contra el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, el exvicepresidente Pablo Iglesias y la directora de la Guardia Civil, María Gámez, constituyen una estrategia de corte filofascista dirigida al amedrentamiento del diferente y a aumentar aún más el ambiente de crispación. En circunstancias normales, estos hechos hubiesen merecido la condena unánime, la solidaridad generalizada con las personas amenazadas y la exigencia de una investigación que lleve a los responsables ante la justicia. La política española vive, sin embargo, momentos en los que se están traspasando peligrosamente los límites de la legítima confrontación y, mediante mensajes excluyentes, actitudes intransigentes, y duros ataques ad hominem, se está generando un clima irrespirable posible antesala de la violencia. Esta estrategia, además de los culpables directos de los hechos, tiene también unos responsables -por acción y/o por omisión- y unas consecuencias que, más allá de la intimidación que supone para los afectados y del reflejo que puedan tener en las urnas el 4 de mayo, deberían manifestarse en una rotunda posición de los partidos en forma de cordón sanitario a la ultraderecha y el fascismo. Resulta obvio que, además del discurso del odio de Vox, una de las mayores responsables de este clima es la presidenta de Madrid y candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso. Ella ha generado y alimentado desde el primer momento la crispación y ha exacerbado los sentimientos contra los declarados enemigos. Su actitud complaciente con la extrema derecha, de cuyo discurso y propuestas se ha apropiado en la búsqueda del voto que le dé la mayoría, su inhibición ante los ataques y amenazas recibidos por sus adversarios y su blanqueamiento de Vox, con quien está dispuesta a pactar e incluso compartir gobierno -al igual que irresponsablemente ha hecho el PP en otros lugares- ha creado y alimentado el caldo de cultivo que destruye la democracia y la convivencia y que, tarde o temprano, se le volverá en contra.