a finalización del plazo dado por la Unión Europea y el Reino Unido para acordar un brexit suave sitúa a ambos viejos socios en la antesala de un deterioro de relaciones más provocado por la actitud negociadora de la parte que promueve la ruptura que por la premura real, una vez que se vuelve a prorrogar el diálogo. La dificultad de un acuerdo era conocida por las partes durante el largo periodo de negociaciones y la relación bilateral ha venido siendo protegida en la medida de lo razonable con sucesivas prórrogas y excepciones para que el 1 de enero no produzca un desencuentro "sin ley" del que nada tienen que ganar ni la ciudadanía ni los agentes económicos de ambos lados de la nueva frontera. Sin embargo, tras décadas de relación privilegiada en lo económico y lo político, el Reino Unido ha llegado al punto de la ruptura en manos de la peor de las opciones políticas a la hora de establecer una relación de futuro normalizada, cordial y fructífera para todas las partes. Los vínculos de toda naturaleza entre los estados que han compartido más de medio siglo de asociación no pueden transformarse ahora, como ha pretendido la parte británica, en un secuestro activo de los intereses del resto de los europeos. No hay ganador en una ruptura que genere un conflicto comercial y político que solo promoverá la pérdida de calidad de vida de la ciudadanía, en primer lugar de la propia británica. En ese sentido, hay una huida hacia adelante, una irresponsabilidad manifiesta y una actitud amenazante en medidas para la galería pero cuya inercia acaban creando desencuentros de difícil solución. Es el caso del anuncio del primer ministro británico, Boris Johnson, de que la armada protegerá los intereses pesqueros de su país. La relación del Reino Unido y la Unión Europea en el ámbito pesquero, como en todos los demás, se ha configurado con base en un pacto de mutua conveniencia y beneficio. Un intercambio en el que la concesión es la base de la confianza entre los socios. La amenaza de tratar a los pescadores europeos como enemigos o usurpadores de sus caladeros no responde ni a la realidad histórica de su explotación ni a la voluntad de entendimiento. Johnson alimenta un divorcio visceral peligroso con una actitud cuasi colonial que no responde a la realidad de sus capacidades ni de su interdependencia de Europa.