igue perdiendo EH Bildu oportunidades de poner pie en pared ante una campaña de hostigamiento a sus rivales políticos en la que no se siente concernida la coalición y que denuncia que también le hace daño. No está en cuestión que quienes protagonizan el insulto y las pintadas reivindicativas, pero también amenazantes, constituyan el sector disidente de la izquierda abertzale oficial organizada en Sortu y líder ideológico y estratégico de EH Bildu. Con toda seguridad, a la coalición y al partido que le marca la línea a seguir le resultaría mucho más cómodo que no existieran evidencias de la transición aún no realizada por el pensamiento sociopolítico que diseñaron, alimentaron y gestionaron en exclusiva en el pasado. Pero, no siendo así, el vínculo natural, por mucho que se niegue, con esa práctica y sus implicaciones está presente en la incapacidad de sus dirigentes de renunciar a construir contextos justificativos y sustituirlos por una sincera reflexión ética que admita el error del pasado y la voluntad de enmienda para el futuro. No siendo así, tampoco debería extrañarles que la fe en esa enmienda sea mínima en el resto de fuerzas políticas. No es una anécdota la perspectiva sociopolítica que sustenta los mensajes del secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez. Rodríguez cree sinceramente que ETA nació del pueblo vasco y ha vuelto a él con su disolución. Así lo dejó escrito en el último aniversario de la misma. También cree sinceramente que la ausencia de reflexión ética y la negativa a la graduación de gravedad que no ha aplicado a las acciones de la organización son compatibles con el ejercicio inverso de condenar éticamente y graduar el daño causado a los presos de ETA por la política penitenciaria hasta el punto de servir de contexto para acciones que, en sus palabras, se borran con acetona. La acetona es un disolvente volátil pero inflamable. La memoria no puede ser ninguna de ambas cosas. La construcción de contexto sobre la situación de los presos de ETA no soporta poner fecha de inicio en el momento en que se convierten en enfermos o en el que entran en prisión. En eso coinciden la estrategia argumental de Sortu y de su escisión más radical. Solo la responsabilidad ética superior de condenar la violencia en cualquiera de sus formas soporta la legitimidad de los discursos sobre derechos de quienes la practicaron sin pudor ni ética alguna. Es un camino que Sortu sigue sin hacer.