"...está la virtud de no dar”. Es el refranero español, compendio de todas las sabidurías y justicias, según aseguran los dogmáticos del castellano supremacista. “Contra la virtud de pedir, está la virtud de no dar”, es el refrán, sentencia inmisericorde que comienza ya calificando el pedir como vicio y como virtud el negar la petición. No son tan sabios los refranes, no; y si me apuran, casi todos tienen su vuelta y su contradicción, porque hay multitud de madrugadores a los que no ayuda ni Dios, por ejemplo. Pongamos que el Gobierno español, todos los gobiernos españoles que venimos conociendo, han sido virtuosos en el no dar, por más que han insistido los viciosos periféricos en pedir.
Acabamos de cerrar una semana en la que, a la fuerza ahorcan, el Gobierno central ha dado a algo renunciado en parte a la virtud y contemporizando, tapadas las narices, con la financiación singular para los catalanes y con la transferencia de la Seguridad Social convenientemente cepillada para los vascos. El Gobierno de Sánchez ha renunciado a la virtud de no dar, porque no le quedaba otro remedio. Los pedigüeños viciosos catalanes podrán recaudar algunos impuestos mientras los virtuosos acostumbrados desde siempre a no dar se echan las manos a la cabeza protestando porque a Catalunya también le ha tocado el cuponazo. Sánchez, para aplacar al gallinero ofrece café para todos, pero no cuela y el coro de virtuosos ya avisa de que cuando ganen se anulará la dádiva.
A pedir fue a Madrid el lehendakari, a pedir el cumplimiento de una transferencia, la gestión de la Seguridad Social, con dos poderosas razones: los 46 años de retraso de una Ley Orgánica, el Estatuto de Gernika, y el compromiso pactado para el apoyo del PNV a la moción de censura y posteriores avales al Gobierno de progreso. A medias quedó la virtud de no dar, ya que la más que justa reclamación de los vascos quedó a media asta, esta vez por virtud de la izquierda de la izquierda gubernamental.
Y digo yo, métanse el refranero por donde les quepa, entiendan que las demandas pendientes responden al puro cumplimiento de la ley y a los acuerdos pactados para que sigan en el poder o, más bien, para evitar que accedan a él los antidemócratas, acreditados virtuosos que creen viciosa cualquier reivindicación justa.
Entre sobresalto y sobresalto, quienes llevan muchos años pidiendo en vano van logrando alguna migaja de lo que por ley y justicia reivindicaban. Y si lo han logrado, ha sido porque los que llevan tantos años acallando al vicio de pedir no han tenido más remedio que tragar en un arriesgado ejercicio del tente mientras cobro. Refranes aparte, la realidad es que quienes reclaman lo suyo es de pura justicia y quienes tienen la potestad de dar o negar la ejercen sólo por pura necesidad. Si no, de qué. Y en esa atávica situación de inferioridad y ante la posibilidad real de que lleguen al poder quienes no aceptan más derechos que los suyos, sólo nos falta aceptar con resignación la renuncia a lo que se nos debe.