No por esperado ha sido menos penoso el vacío que nos ha dejado Pepe Mujica, ese venerable y venerado anciano que después de haberlo dado todo por su pueblo se ha prodigado en transmitir su sabiduría política, social y filosófica. Con enorme generosidad nos ha permitido degustar la inmensa calidad de su sentido de la convivencia, nos ha dado ejemplo de cómo hacer política desde el respeto, la sencillez y la humildad.
Pepe Mujica, guerrillero, preso, torturado, militante por la justicia y el progreso, senador, presidente y humilde jubilado, llevaba años ilustrándonos con su ejemplo de renuncia a la bambolla, de sabia y exquisita humildad y de renuncia a todo privilegio. Desde su honesta jubilación se ha prodigado en lecciones magistrales sobre cómo ejercer el poder sin ser poderoso. Cada una de sus entrevistas, discursos y declaraciones públicas era una delicia, una exquisita declaración de sencillez, sentido común y, sobre todo, respeto. Sólo elevaba el tono cuando denunciaba la injusticia y el odio en la política. En el discurso de renuncia a su puesto de senador confesó “hace décadas que no cultivo el odio porque el odio termina estupidizando y hace perder la objetividad”.
Con motivo de su fallecimiento, además de las multitudinarias muestras de cariño y admiración que le tributa el pueblo uruguayo, las redes se han llenado de memes y videos con sus declaraciones y sus desahogos, auténticas delicatessen discursivas, pedagógicas y modelo de comportamiento político.
Frente a este exquisito estilo de convivencia política, durante estos días ha coincidido un nuevo y enésimo episodio de la casquería dialéctica en la que se reboza la política española. La filtración y publicación de mensajes privados entre el presidente Sánchez y su ex ministro y compañero Ábalos no son solamente un atropello de muy dudosa legalidad, sino una nueva expresión del lodazal en el que hocican políticos, jueces y periodistas de la España eterna.
En dirección completamente opuesta a la propagada por Pepe Mujica, lo que indica toda esta casquería dialéctica es la más desgarrada expresión del odio. Pedro Sánchez ya no es el adversario a batir, sino que a fuerza de insultos, maldiciones y regüeldos oratorios ha acabado por ser un personaje realmente odiado por amplios sectores de la derecha española, en parte nostálgica del poder, en parte nostálgica del dictador.
Como puede comprobarse, nada que ver. Se echarán en falta las delicatessen del abuelo Pepe, tanto como seguirán repugnando las raciones de casquería de los que le odiaron.