Las encuestas, especialmente las de sentido electoral, más que la pura intención informativa-orientativa tienen por objeto movilizar al personal para sacar pecho o para evitar desastres. En estos tiempos de política líquida e ideologías en liquidación y depende de quién las haga públicas, las encuestas electorales no pasan de foto fija y efímera que, a lo más, señalan tendencias susceptibles de venirse abajo –o a arriba– al albur de una metedura de pata pública, una decisión judicial torticera o un bulo intencionado en redes.
Y si de encuestas se trata, llaman la atención, y preocupan, las que últimamente proliferan respecto a las preferencias electorales de las generaciones más jóvenes. Resulta que los milenials y sus más próximos antecesores se inclinan por las opciones más extremas; hacia la derecha, por supuesto. Ya nos había llamado la atención la entusiasta acogida en votos jóvenes que obtuvo el tal Alvise Pérez, que logró tres europarlamentarios para su extravagante partido Se acabó la fiesta, puro populismo de ultraderecha.
Cabe la esperanza de que este éxito político sea flor de un día, dadas las más que turbulentas andanzas pecuniarias del vendepeines influencer. Suponiendo que lo de Alvise sea flor de un día, lo que ya pone los pelos de punta es la consolidación demoscópica de que buena parte de las generaciones más jóvenes con derecho a voto tiene como primera opción a Vox. La formación de Santiago Abascal es la preferida de los electores menores de 34 años, según parece consolidarse en los sondeos. Y ahí los tenemos, con sus pulseras rojigualdas, su brazo en alto y su insensata preferencia por el autoritarismo por encima de la democracia.
Todas esas masas de jóvenes que presumen de su indómito patriotismo, que añoran a Franco, que maldicen, increpan y maldicen a los actuales gobernantes, que basan casi exclusivamente sus fuentes de información en las redes sociales, que culpan a la democracia de sus dificultades laborales o de vivienda, no tienen ni idea de lo que les esperaría si la ultraderecha llegase a gobernar este país. No tienen ni idea de lo que supone vivir sin libertad, sin siquiera la insuficiente protección social a la que ahora tienen acceso, sin libertad para asociarse, para manifestarse, para reivindicar, para ejercer derechos como el aborto, el libre ejercicio de su orientación sexual, la libre expresión de su cultura propia, la riqueza intercultural cotidiana, en fin, todo ese espacio de libertades propias de la democracia que muchos de ellos menosprecian a cambio de la libertad limitada a tomarse unas cañas cuando y donde quieren.
No tienen ni idea esos jóvenes de 38 para abajo que elevan a los altares a Abascal de lo que les puede suponer que prospere esa añoranza del franquismo, la vuelta a ese país en blanco y negro que no vivieron, ese aborregado patriotismo de bandera, himno y paso de la oca. No tienen ni idea de lo que afortunadamente para ellos no han vivido. Como tampoco han vivido el horror nazi los jóvenes alemanes que militan en Alternativa para Alemania, opción a la que de momento han puesto línea roja los demócratas alemanes.
El ascenso –de momento demoscópico– de Vox coincide con el descenso –también en sondeos– del PP. Es una cuestión de vasos comunicantes. Vienen de la misma cuna.