Suele decirse que sacar adelante los presupuestos es el acto más importante para quienes se ocupan de la gobernanza, puesto que ello supone acceder a la posibilidad de poner en práctica los principios de la propia política. Por supuesto, no es lo mismo tener asegurada su aprobación por mayoría absoluta, que verse obligado el gobernante a solicitar y obtener el apoyo de parte de la oposición, en cuyo caso está obligado a ceder espacio y reconocerse en estado de necesidad. Conste que en los tiempos actuales muy rara vez se logran mayorías absolutas sin haber llegado antes a alcanzar el Gobierno de forma compartida.
Constatada la trascendencia para el gobernante de la aprobación de los presupuestos, merece la pena considerar el papel, papelón a veces, de los partidos que no tienen responsabilidades de gobierno pero que participan de la representación casi teatral que supone el debate presupuestario, en la que todos participan con su propio relato de cara a sus bases y a la opinión pública, El debate de los presupuestos es un escenario anual en el que cada personaje –pongamos que cada dirección de cada partido– representa la generosidad, el ofrecimiento, la firmeza, la responsabilidad, el posibilismo, el voluntarismo o la pura intransigencia. Y así, amagando y mareando la perdiz durante meses, se trasladan a los medios las supuestas buenas intenciones, la generosidad por el bien común, mientras que de puertas para dentro se dan las explicaciones precisas de forma que nadie dude de que se ha hecho lo correcto.
La decisión de EH Bildu a no apoyar los presupuestos vascos cierran por fin el debate y se acabó la comedia. En una especie de relación de quienes la protagonizaron y cuál fue su papel, tenemos al artista principal, el Gobierno PNV-PSE, que sabía de antemano que las cuentas se iban a aprobar por sumar mayoría absoluta; sin embargo, escenificó su generosidad al abrirse a aceptar las aportaciones del resto de partidos en la oposición. Pasase lo que pasase, iba a quedar bien.
EH Bildu, que daba la réplica directa al protagonista, mantuvo hasta el final la estratagema de que sí, que se lo estaba pensando, pero sucumbió al miedo escénico. Iba a suponer demasiadas explicaciones a su militancia y a las fuerzas sindicales. Pues no, aunque se renunciase a esos 100 millones para vivienda. Era su papel, amagar pero sin dar.
La representación de Sumar en el papel de la altísima exigencia, o el cambio de modelo o nada, de derrota en derrota hasta la victoria final. El PP, en su papel de hacer como si fuera un protagonista serio, se limitó a presentar más de seiscientas enmiendas para nada porque en el fondo sería colaborar con el sanchismo. De Vox, ni hablamos.
En conclusión, en esto de los presupuestos cada quien y en cada caso piensa más en sus propias consecuencias electorales y en conformidad con su militancia. Quiere decir, y así ocurre, que no siempre se toma una decisión acorde si las circunstancias así lo requieren y lo que vale para un escenario no vale para otro. La tramoya es distinta en la CAV o en Nafarroa, en Gipuzkoa o en Araba, en Euskadi o en España. En cualquier caso, al menos aquí se acaba la función.