Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado Alberto Núñez Feijóo que ya lejos de Galicia su futuro político estuviera en vilo según los votos que sus paisanos y paisanas depositaran hoy en las urnas. Él aceptó su ascenso meteórico decidido a dedo por los fontaneros de Génova, convencido de que abandonaba su paraíso confortable en Galicia a cambio de la gloria máxima del Gobierno de España. Así se lo aseguraron los mismos que maquinaban para quitarse de en medio a Pablo Casado. Feijóo salió fresco, animó el cotarro político con aire que parecía nuevo, moderado incluso que buena falta hacía. Tuvo suerte en las elecciones autonómicas, pero era tanta la ansiedad por el poder que aceptó, sin chistar, entenderse con la ultraderecha y compartió con Vox el gobierno de importantes autonomías. Pero no salió bien la jugada. No logró ser investido presidente del Gobierno ¡de España! y entró en barrena por la senda de la bronca, la mentira, el insulto y el incendio de las masas. No pudo con Pedro Sánchez, ni siquiera apelando al juego sucio, al descarado amparo mediático y judicial, al ocultamiento y a la máxima hipocresía. Ahora, visto el plumero y descubierta la trampa, Feijóo llega a las elecciones gallegas con las encuestas más bien adversas –quién se lo iba a decir– y con una penosa cara de Casado como esta noche pinten bastos.

En realidad, esta vez llegan las elecciones gallegas con toda la fanfarria, con más expectación que nunca, ya que a lo largo de todos estos años anteriores pasaban sin pena ni gloria, esperadas casi con resignación por el eterno dominio del Partido Popular encarnado en los Fraga, Rajoy, Feijóo, en una Xunta con mayorías absolutas crónicas. Eran unas elecciones difuminadas por los comicios vascos casi siempre coincidentes. Unas elecciones que apenas provocaban emociones públicas, mediáticas e incluso políticas. Unas elecciones que para los mass media pasaban casi desapercibidas por previsibles y con escasa incidencia en la política española global.

Pues mira por dónde, en base a las últimas encuestas y a las escandalosas andanzas de Feijóo trapicheando indultos, amnistías y quién sabe qué regalías a cambio de votos para su investidura, hoy se esperan los resultados de las elecciones gallegas con curiosidad, con un inusitado interés porque de ellos dependen consecuencias tan potentes como el futuro del actual líder de la oposición, Núñez Feijóo, a quien el aparato del PP no perdonaría un nuevo fracaso como el que supondría la pérdida de la mayoría absoluta en Galicia. Añádase a esta posibilidad el fortalecimiento del BNG, que podría dar paso a un acuerdo para la mayoría progresista como en el actual Gobierno español. Añádanse las consecuencias de un nuevo fracaso del PP en las ya inminentes elecciones al Parlamento Europeo. En fin, Galicia no se ha visto en otra y la expectación por sus elecciones es inusitada.

En Génova se miran con hostilidad los fontaneros que le elevaron a la gloria tras el sopapo a Casado y los que, carroñeros, esperan ansiosos su fracaso. Unos y otros se han empeñado en continuar el acoso a Pedro Sánchez en una campaña electoral que pasó como sobre ascuas por los problemas de Galicia, insistiendo en el disparate de confundir todo el país con Madrid, lagarto, lagarto, según la tesis de la codiciosa aspirante Ayuso, la que proclama que “Madrid es España dentro de España”. Ahí estará la lideresa, con la vista fija en las urnas gallegas, en su afán de quítate tú para ponerme yo porque también Galicia es España dentro de España.

Esta noche se despejarán las incógnitas y aunque el PP mantiene las posibilidades de repetir su mayoría absoluta, a Feijóo el susto no se lo quita nadie.