Que haya desacuerdos más o menos significativos en las estructuras socio-políticas de una comunidad forma parte de la normalidad democrática. No obstante, cuando se producen en el sistema sanitario o en su entorno, generan mayor preocupación; y pueden derivar en alarma social, si se orientan y sobreactúan intencionadamente, hasta el punto de trasladar a la ciudadanía que se está jugando con la salud de todos.

Para empezar, en la crisis de la OSI de Donostialdea hay que decir que los ceses de dos cargos directivos del Hospital Donostia se han explicado con un retraso de cuatro días y otros tantos en la designación de las personas sustitutas. Una demora que ha dado lugar a las dimisiones de buena parte de la cúpula directiva del Hospital Donostia, a solidaridades en cascada y al desbordamiento de titulares, declaraciones y acusaciones que muy posiblemente han trasladado a la gente una sensación de incertidumbre y dudas sobre si está en riesgo la sanidad pública, expandiendo la impresión de que Osakidetza es un puro caos con el consiguiente –y lógico– impacto en la salud de la sociedad vasca.

Hay quienes celebran esta especie de “caza mayor” al tratarse del objetivo político perseguido por toda la oposición desde las supuestas irregularidades en la OPE del 2016, que supuso la renuncia del entonces consejero de Salud, Jon Darpón, y que después en tribunales quedó en nada. Lo cierto es que tras aquel episodio, Osakidetza continuó en el ojo del huracán como argumento político y potenciado con las nuevas e imprevisibles consecuencias de la pandemia que dejaron aún más a la vista sus carencias.

Parece temerario identificar la situación que se vive en la OSI de Donostia con la gran crisis de Osakidetza que algunos desean como botín político y, por supuesto, electoral. No cabe duda de que hay un problema y, al parecer, serio porque de otra forma no se explicarían esas dimisiones en cadena ante la justificable destitución de dos personas que perdieron la confianza de quien les nombró

Tendrán que defenderse la dirección de Osakidetza y la consejera Sagardui de las reiteradas acusaciones de autoritarismo, falta de diálogo, arbitrariedad, incompetencia y centralismo vizcaino con el destino de Onkologicoa de fondo. Por su parte, también las personas destituidas deberán explicar por qué su “resistencia y opiniones diferentes a la línea de gestión desarrollada por la dirección de Osakidetza” y entender que si así fuera era normal que se les cesase en su cargo, según explicó el portavoz del Gobierno.

En todo caso, cualquier situación inestable del servicio público de salud inquieta a la ciudadanía, más aún si como explica el portavoz de los jefes de servicio dimitidos el problema no acaba en Donostia sino que afecta a toda Osakidetza. Es jugar con fuego apostar al todo o nada, avivar el enfrentamiento interno entre quienes tienen en sus manos nuestra salud y un alto riesgo desestabilizar ante la población algo tan sensible como la organización sanitaria. No es jugar con fuego sino jugar sucio, agazaparse ante las fricciones internas en nuestra institución sanitaria y azuzarlas para obtener réditos políticos.

Habrá que confiar en las apelaciones al diálogo que han venido haciendo todas las partes implicadas y se despeja este nubarrón que se nos ha echado encima, esparciendo la duda sobre lo que más nos duele, la institución que debe cuidar de nuestra salud.