a ideología deriva en fe cuando se compran gafas que en vez de mirar militan. Entonces uno no observa la realidad tal cual es, sino como debería ser, y si le disgusta la niega, y si le incomoda se enfada, a ratos con uno mismo y siempre con los demás. En varias ciudades y pueblos cualquier ciego sabe que un colectivo concreto, llamémosle M, es causante de una desproporcionada cantidad de delitos. Lo sabe la muchachada fiestera que evita cruzarse con M. Lo saben los hosteleros cansadísimos de evitar que M mangue carteras y bolsos en sus bares. Lo saben los policías de distintos colores, impotentes ante la reincidencia de M. Lo saben los padres y madres preocupados por la agresividad de M. Lo saben los yonquis, los mendigos, despojados por M de la nada que poseen. La paradoja es que todos ellos lo saben no gracias a los medios, sino a pesar de su emperrado silencio. No todo es M, por supuesto, pero haber M, haylo.

Se podrá matar al mensajero y acusarlo de racista, xenófobo, fascista. Pero, insulto más, insulto menos, la realidad seguirá siendo la que es, y ante ella hay dos opciones: convencer a infinita gente de que padece delirio paranoico, o aceptar que tenemos un problema. Solo así cabe matizarlo antes de que otros lo exageren, y arreglarlo por las buenas antes de que otros lo hagan por las malas. Y, claro, entiendo a los políticos cuando afirman que el alfabeto no existe y que por ello M tampoco. Y que ser humano asalta a ser humano, nada más. Lástima que así, pasito a pasito, habrá un día en que seamos Francia, y no por el paisaje social, sino porque allí la izquierda casi se extingue. Yo tomaría nota.